Lejos de lo trivial y superficial, celebrar es propio de nuestro ser: recordar a una persona, un hecho, un acontecimiento –reconocer su pequeña-grandeza y compartirla con los más cercanos– que marca una inflexión: un antes y un después. Puede tener un carácter más o menos festivo y manifiesta la alegría compartida. Para los que tenemos fe, la celebración primera es, por excelencia, la acción de gracias al Señor.
Nuestra vida está marcada por celebraciones, grandes o pequeñas vivencias que han llenado de sentido nuestro día a día. Para mí, pensar en una celebración es siempre una oportunidad de encuentro, dejar a un lado nuestras limitaciones y pequeñeces, acercarse al otro y dejar que el corazón y el alma gozosos dibujen una sonrisa e iluminen nuestra mirada. La experiencia celebrativa acompaña nuestra historia personal: rostros, palabras, encuentros, conversaciones, lugares… que atesoramos y se merecen celebrar en nuestra memoria agradecida. Celebrar porque el Señor ha sido grande conmigo: la familia que forjó mi vida, los amigos con quienes crecí y compartí el colegio, mis pequeños o grandes éxitos y superaciones, el perdón entrañablemente misericordioso de los que me quieren, las palabras que me levantan y los abrazos de mis amigos fuertes de Dios que me acogen, los cuidados y atenciones recibidos… en realidad, las sorpresas con las que cada mañana el Señor despierta para mí. Es verdad que hay celebraciones que se preparan con mucha antelación, para que no falte detalle y estar a punto; pero también hay otros motivos casi desapercibidos que surgen y ya está. Si bien suelen compartirse, no desdeñemos esas celebraciones más íntimas, las que cada uno sabe, entre el Señor y yo.
¡Celebra la vida!, sí, es una recomendación… para vivir positivamente hacia uno mismo y para los demás; para sentir esa energía o fuerza, dirán algunos, o la gracia que recorre mis pensamientos, palabras y acciones.
¡Celebra la vida!, sí, disponte a buscar los motivos para vivir el momento presente con ánimo nuevo; el tiempo pasado, con agradecimiento; y, sobre todo, para ser personas que derraman esperanza a su paso.
¡Celebra la vida!, sí, comparte la Buena Noticia que proclama que entre los ruidos y luces que nos distraen, el Señor se hace Niño en Navidad para ser uno de nosotros y este año sentir, todavía más y mejor, que nos quiere tanto que camina con nosotros.
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