sábado, 27 abril, 2024

BOLIVIA: CUANDO LA ESPERA ES COMPROMISO PROFÉTICO

Boris Rafael Calzadilla, Superior provincial de los redentoristas. Bolivia

Boris Rafael Calzadilla Arteaga, tiene 47 años y es misionero redentorista. Tras su etapa de formación ha vivido diferentes ministerios. Entre ellos, le ha marcado particularmente la proximidad como secretario personal del cardenal Julio Terrazas Sandoval. Después de trabajar en varias parroquias de su país, es enviado a Lyon. Allí hace estudios superiores en la Universidad Católica y, sobre todo, tiene la oportunidad de servir a la comunidad Latina y en una comunidad internacional en la Parroquia de Rillieux la Pape. Regresa a Bolivia y es superior provincial de sus hermanos desde el 2015. Ahora vive a «pie de calle» la construcción, con su pueblo, de la democracia, la convivencia y la libertad.

Ejerce el servicio de animación en la congregación de redentoristas… ¿qué le quita el sueño a un superior provincial?

Interesente pregunta, me quita el sueño tres aspectos:

– No ser fiel al carisma redentorista en una entrega radical y creativa al servicio de Dios y de mi pueblo.

– Saber responder a los desafíos de la Iglesia y del mundo. No podemos quedarnos de brazos cruzados, ni en la melancolía del pasado ni en la justificación de que cada día somos menos.

– Los graves problemas que nos ha tocado enfrentar como Iglesia ante: la inestabilidad de nuestras democracias, la corrupción institucionalizada, el narcotráfico, la depredación de nuestra naturaleza (en Bolivia se quemaron en la Chiquitania más de un millón de hectáreas) como también me quita el sueño ver un religioso que se acomoda o que reduce su consagración a un simple clericalismo y funcionalismo ministerial.

Estamos conteniendo la respiración para ver cómo transcurren los acontecimientos en Bolivia ¿cuál es la situación?

Quiero resaltar algunos aspectos que me parecen fundamentales para entender lo que ha sucedido en Bolivia.

Hemos tenido un gobierno por casi 14 años; la primera gestión es digna de valoración, había un programa social, los pueblos indígenas son valorados, se realizan programas de alfabetización, se realizan campañas de salud y construyen hospitales, se trabaja en dar a las comunidades servicios básicos, se vive en un clima de paz, se construyen carreteras, se reduce la pobreza.

Sin embargo, esta situación cambió, ¿los corrompió el poder? ¿El dinero fácil? ¿El populismo creciente? ¿El narcotráfico? Lo cierto es que cambiaron los actores políticos, salen los ideólogos y fundadores y entran políticos nuevos que no representaban ni a las clases populares o indígenas, más aún utilizan perfectamente bien el discurso indigenista, socialista y populista, pero en realidad eran pequeños burgueses que se escudaban detrás de la imagen del presidente.

La situación empeoró cuando los gobernantes de la manera más sutil ocupan todos los espacios de poder: El poder judicial, el poder legislativo, el Tribunal Supremo Electoral, los cambios del alto mando militar y policial, la persecución de los opositores (en Bolivia más de 800 personas estaban asiladas en el exterior). A esto debemos sumar la corrupción institucionalizada que llegó a los más altos cargos, los casos quedaron impunes con juicios amañados y sin veredicto final. El creciente narcotráfico, que es un problema gravísimo y que nadie sabe como enfrentarlo.

Finalmente, lo que colmó la paciencia de mi pueblo es la falta de respeto al voto, esto se dio en varias ocasiones: el 21 de febrero de 2016 (cuando, Bolivia dijo no a la reelección) y con una serie de argumentos y apelando a la convención de Costa Rica (sobre los Derechos Humanos) Juan Evo Morales se presenta nuevamente a las elecciones y de una manera grosera, se realiza nuevamente un acto electoral donde estaba corrompido desde las listas, las actas, el sistema informático, etc. Todo con la única finalidad de continuar en el poder.

En Bolivia se hizo una protesta de las “pititas”. Son pequeños cordones para cortar el paso vehicular, un mes de protesta pacífica. En las calles se hacía una olla común, los niños jugaban, lograbas hablar con tu vecino, conocer a todos los del barrio, se rezaba el rosario y se celebraron Eucaristías en plazuelas y rotondas.

La violencia fue posterior, fue organizada por grupos de choque, por los malos dirigentes y autoridades, quienes buscaban muertos para utilizarlos como bandera y hablar de golpe de estado. Los hermanos que han muerto en esa escalada de violencia nos duelen a todos. Nunca debió morir nadie. Nada justifica la muerte de una persona. La vida y la dignidad de cada ser humano está por encima de luchas de poder, ideologías o ambiciones personales. La propia policía no quiso reprimir al pueblo e hizo un motín nacional. Los militares no obedecieron a Evo Morales y le convocan a renunciar para pacificar el país.

Hoy tenemos un gobierno de transición, es nuestro derecho de elegir a nuestros gobernadores de manera legítima, queremos alternancia, necesitamos la independencia de poderes, no queremos ningún tipo de dictadura. Necesitamos el respeto a quienes piensan distinto.

Desde el exterior pareciese que se está fraguando una ruptura civil de la población… ¿la Iglesia está unida?

No creo que hay una ruptura civil, Bolivia ha dado muestras de madurez democrática, hemos estado tres días sin presidente, sin ninguna autoridad legítima y hemos logrado mantener la calma y esperamos llegar a nuevas elecciones con listas depuradas, nuevos responsables de los tribunales electorales y de manera pacífica.

Para la Iglesia y para todos, el movimiento que se ha gestado nos ha tomado por sorpresa. En cierto momento no sabíamos qué hacer, cómo responder. Muchos de nuestros Obispos estaban en Roma en el Sínodo de la Amazonia, pero a pesar de ello, los laicos, religiosos y religiosas, los sacerdotes salieron a las calles para  acompañar, rezar el rosario, o simplemente para estar con ellos, hacer presencia.

Es digno de resaltar que la conferencia episcopal junto a muchos embajadores han realizado esfuerzos extraordinarios en la pacificación del país. Nadie puede quedarse indiferente cuando se trata de defender la vida, la paz y la justicia.

¿Cómo están viviendo esta situación las diferentes comunidades de redentoristas según sus noticias?

Ahora me encuentro en el Vicariato de Reyes, plena Amazonia boliviana, donde tenemos dos comunidades misioneras. Me alegra constatar que es una iglesia en salida, que asume los desafíos sinodales, se compromete con la defensa de la casa común. Es una iglesia que da verdaderamente el protagonismo a los laicos. Sobre todo es una iglesia que celebra la vida a pesar de nuestras limitaciones y de nuestra pobreza.

Los redentoristas no podemos permitirnos el lujo de «mirar de palco», tenemos que acompañar a este pueblo que camina, tenemos que curar sus heridas, tenemos que hacer nuestras las ilusiones de que algo nuevo es posible. Somos un pueblo en camino.

¿Según usted la vida consagrada está implicada en la pacificación del país?

Por supuesto que sí, todas y todos no solamente hemos hecho oraciones o vigilias por la paz, sino que trabajamos activamente en ello: se han promovido encuentros, reuniones, mensajes.

No hemos sido indiferentes, aunque por momentos no sabíamos qué decir o responder por la rapidez de los acontecimientos, pero siempre hemos estado ahí.

El momento para América Latina es especialmente grave: Chile, Nicaragua, Venezuela, Colombia, Bolivia… ¿Qué lectura hace de la situación?

Sí, es una situación difícil, incluso hacer una lectura imparcial no es sencillo, pero podemos al menos reconocer algunos elementos.

Tenemos nuevos actores sociales, el protagonismo de los jóvenes es impresionante. Recuerdo cuando pregunté a un joven en su puesto de bloqueo: ¿Qué haces aquí? Y con una picardía muy juvenil me responde: «El Papa nos dijo que hagamos lío y aquí estamos haciendo lío». Mis respetos y admiración a tantos jóvenes que exigen mejores condiciones de vida, que buscan nuevas oportunidades, que buscan inclusión y exigen nuevas formas de ejercer autoridad.

Tenemos por primera vez una Latinoamérica, que busca una democracia auténtica y no formas de gobierno que resultan mini dictaduras.

Hoy, no se trata simplemente de una cuestión ideológica, porque tenemos ideologías que no responden a nuestra realidad, los actores políticos deberán tener la capacidad de repensar la manera de hacer política desde América Latina, que no necesariamente es fruto de la lucha de clases ni de aplicar medidas neoliberales. Tenemos el derecho de exigir a nuestros gobernantes políticas que tengan como centro al ser humano, su bienestar y sus derechos. Tenemos el derecho de exigir una democracia inclusiva, con alternancia, con independencia de poderes. Necesitamos que la justicia no sea el privilegio de unos cuantos, de aquellos que tienen la capacidad de pagar jueces y fiscales.

Tenemos el derecho de exigir políticas ambientales en defensa del territorio de nuestros pueblos originarios y así parar esas políticas expansivas lucrativas que deforestan muchas regiones y buscan crear represas que harán un terrible daño medio ambiental.

Finalmente, ¿está usted esperanzado?

Estamos en tiempo de profetas y de profecías, tiempo de conversión y de paz, tiempo de esperanza y de promesas. La más grande de las promesas: el nacimiento del Redentor, del niño que vino para hacer nuevas todas las cosas, es el portador de la auténtica paz.

Espero que nuestra Iglesia nunca pierda su vocación profética, que se libere de sus comodidades o zonas de confort, para salir al encuentro del que sufre y clama por la vida. Que en esta situación nuestra conversión sea auténtica, como decía san Alfonso: “Hay que convencerse de que las conversiones hechas solo por temor duran poco (…) si no entra en el corazón el santo amor de Dios”. Él es la razón de nuestra esperanza, que queremos transmitir a nuestras comunidades a nuestro pueblo, a este continente Latinoamericano de la “esperanza”.

Creo en lo más profundo, que Dios acompaña a su pueblo, que siempre ha participado de nuestra historia, que aunque sea por senderos escarpados y a paso lento, caminamos en la urgente tarea de su construir su Reino de vida plena y abundante para todos.

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