No podemos inventar el amor: Solo podemos recibirlo por la gracia de la fe, contemplarlo en el misterio de Dios que se nos ha revelado en Cristo Jesús, e imitarlo en la pequeñez humilde de nuestra vida.
Para saber de amor, necesitamos volver los ojos de la fe a Cristo el Señor en quien el amor de Dios se hizo carne.
El amor cristiano –el que se ha de encontrar en el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia– ha de ser siempre continuación del amor de Cristo al Padre.
De ahí la necesidad que tenemos de volver los ojos a Cristo, mirar al que deseamos seguir, aprender al que queremos imitar.
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