En tiempo de nuestros abuelos era bastante popular una frase que decía “antes morir que pecar”. Otras son también más o menos conocidas: “antes morir que perder la vida”. Pero una que nos repetía siempre un jesuita cuando yo era joven, es esta: “Antes morir que desanimarse”.
Este lema me ha acompañado en muchos momentos de la vida, cuando me venían dudas o el desánimo. Y fue lo mismo que vino a mi mente cuando escuchaba este pasaje de la viuda y el juez injusto. El amor de Dios y su justicia son más grandes que todo lo que podamos imaginar. Dios escucha nuestras necesidades, nuestras súplicas, cuando lo hacemos con fe, con confianza y con constancia.
De este pasaje yo creo que el Señor hoy nos trae dos mensajes o enseñanzas para cada uno y cada una de nosotras: la justicia y la resiliencia. Os invito a que hagamos un juego de roles. Como le dicen ahora un “role play”. Os invito a que nos pongamos en el lugar, en los zapatos de la viuda.
Justicia
En tiempos de Jesús había tres colectivos que estaban en situación de gran vulnerabilidad: uno de ellos eran los huérfanos, los migrantes y las mujeres viudas.
Gracias a Dios, los derechos de la mujer han ido avanzando en algunas partes de nuestro planeta, aunque nos queda mucho camino por recorrer juntos. En tiempos de Jesús, las viudas estaban en una situación de gran vulnerabilidad, pues tanto el sustento económico, como el acceso a la vida social y política, estaba vinculada al varón. Solo el varón podía participar en política, votar, heredar, tener un cargo público, etc. Lamentablemente esta situación hoy se repite en algunas partes de nuestro mundo.
En esta situación de debilidad, cualquiera podía aprovecharse de estos colectivos. Por eso clama la viuda justicia frente al juez de la ciudad. La viuda es ejemplo de lucha por la justicia en medio de una sociedad injusta y corrupta que abusa de los más débiles. A la viuda le dan por todos lados. La viuda ejemplifica lo que viven millones de personas, especialmente mujeres. Su petición aglutina el clamor de todos los oprimidos injustamente. Una voz profética, como la misma tradición de los profetas de la Biblia, que denuncian la corrupción y la vulneración de los derechos de los más débiles.
Esa injusticia se encarna en el juez, que como nos dice la lectura, “ni temía a Dios, ni le importaban los hombres”. La lectura nos dice que solo por no aguantarla más, decide escuchar a la viuda y hacerle caso.
¿Qué nos dice el Señor de todo esto?
«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar».
¿Qué nos dice hoy esta situación a todos nosotros? ¿Quiénes claman hoy día y noche para que les hagamos justicia? ¿Cuántas mujeres siguen hoy clamando en el mundo por la vulneración de sus derechos o víctimas de la trata? ¿Y cuántos niños obligados a vivir en situaciones de semiesclavitud? ¿Cómo tratamos a los migrantes y refugiados en diversas partes de nuestro mundo? ¿Tienen los pobres las mismas condiciones para acceder a la educación, o la salud o a un trabajo digno? ¿Cuántas personas se ven obligadas a dejar su hogar por la explotación insaciable de los recursos naturales, o por los intereses económicos, por las guerras, por la extorsión,…? ¿Escuchamos también el clamor de nuestra madre tierra que grita ante tanta injusticia?
¿Actuaremos nosotros como el juez injusto que para que no nos den más la lata o no nos molesten, intentaremos hacer justicia? ¿Haremos como Dios, que “hará justicia sin tardar”? ¿O seguiremos de brazos cruzados o aprovechándonos de los más vulnerables para seguir manteniendo nuestro status quo y nuestro bienestar?
No dejemos de escuchar al P. Francisco en muchos de sus gestos y enseñanzas, como un auténtico profeta y un defensor de los más vulnerables.
Vamos ahora con la segunda enseñanza.
Resiliencia
Por otra parte, Lucas, nos presenta a esta viuda, que pese a la injusticia no se desanima, y sigue confiando en que Dios hará justicia a quienes le gritan día y noche. La viuda es constante, es perseverante, como nos dice también hoy San Pablo en la Carta a su amigo Timoteo: “insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta con toda magnanimidad y doctrina”.
¿Tenemos nosotros esa fe? Dicen que hoy en día somos educados como personas blandas, a las que todo se les da y lo reciben como si fuera un mero derecho. Nos cuesta mucho vivir la frustración, el dolor, el fracaso,… y a las primeras de cambio nos desbordamos y arrojamos la toalla. Creo que no se puede generalizar, pero es verdad que la constancia, la perseverancia, no es uno de los valores que estén más de moda. Si algo no te gusta o te cuesta, pues lo dejas y punto. Te vas a otra cosa. Si la carga es muy pesada, pues mejor intentas coger un atajo o endosarle la cruz a otra persona.
Pero todos sabemos que una persona no puede estar huyendo todo el tiempo, sin encarar las cosas, sin tomar en consideración a los demás, sin escuchar la voluntad de Dios en su vida. Las cosas importantes sabemos que cuestan y necesitan cocinarse a fuego lento. El amor, y no sus sucedáneos, no se construye con palabras huecas, sino que se vive en lo cotidiano, en las duras y en las maduras, en los éxitos y en los fracasos; en esa escuela del amor que nos acompaña toda nuestra vida.
Hoy más que nunca se necesita esa perseverancia, esa resiliencia, ese clamor de la viuda ante las injusticias de nuestro mundo. Esa mirada profética de la realidad que nos impulsa a gritar día y noche para que entre todos construyamos un mundo más justo y donde todos, sí sí, todos y todas, nos podamos sentar juntos a la mesa del Reino.
Ojalá que el Señor nos ayude a no ser sordos al clamor de los que más nos necesitan, que convierta nuestro corazón de piedra en un corazón de carne; y también que nos mantenga constantes, sin desfallecer, como profetas en estos tiempos complejos. Porque, no os olvidéis:
“Antes morir que desanimarse”.
Domingo 29º del Tiempo Ordinario - Ciclo C – Lucas 18, 1-8