Me lo contó un gran amigo, provincial de una orden: visitaba una comunidad en la que uno de los frailes estaba muy enemistado con él. “En la entrevista que tuvimos, volcó sobre mí con amargura sus reproches y críticas. Yo le escuchaba en silencio, intentando acoger, por debajo de aquel aluvión de palabras, su sufrimiento y sus heridas. Y de pronto sentí en mi interior el deseo de compartir mi propia pobreza a través del gesto de pedirle confesarme con él.
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