A golpe de mata

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Me decía hace unos días un cura amigo mío: «Cada vez más hacemos las cosas a golpe de mata'»  Me quedé pensando en la frase. Me pareció un poco derrotista y frustrante. Algo así como que no sabemos muy bien qué es lo que hay que hacer en nuestras parroquias, conventos, movimientos, monasterios… Un poco como que damos «golpes de ciego», que puede ser algo similar. ¡Qué sé yo!… ¡que andamos como perdidos en medio de una intrincada selva multicolor, a tientas en un mundo díscolo! Aquello que una vez dijo el cardenal Fernando Sebastián: «No es que la gente no nos crea (o no nos escuche, o no nos tenga en cuenta), es que no nos quieren». Cito de memoria, pero era algo así. O, tal vez, recordando creo que a Ortega. «los árboles no nos dejan ver el bosque»

Y es que hay muchos árboles, de distinta casta, de multitud de especies, muchos son desconocidos, importados de otras latitudes, otros son los de siempre que parecen haber cambiado de follaje, de ramaje y hasta de tronco. ¡Nos resultan desconocidos! Hablando menos metafóricamente: este mundo ya no es el de antes; cada vez menos. Dicen que estamos en un «cambio de época» más que en una «época de cambio» (también dicen que estamos viviendo un «cambio de paradigma», un nuevo «tiempo eje» como el ocurrido allá por los siglos VI o V antes de Cristo (más o menos); otros dicen: «cuando ya habíamos aprendido las respuestas nos cambiaron las preguntas»; y otros aseveran: «han extraditado a Dios del mundo», o «estamos sin noticias de Dios» (esto es más viejo), o también: vivimos en una cultura «poliédrica«, nada de líneas rectas, ángulos rectos y, mucho menos, «conductas rectas».

Y todo este panorama (o «escenario», que se lleva mucho decir ahora), trastoca y sacude la pastoral, la deja inerme, «tanquam tabullan rasam» (o algo así) que decían los antiguos. Entonces, no tenemos pudor en preguntar y preguntarnos: «pero, ¿qué es lo que hay que hacer en la pastoral de la Iglesia?, ¿de qué se trata todo esto?» Y comienza -o sigue- la interminable ceremonia de la confusión. Unos se recluyen en sus cuarteles de invierno (o sea en sus sacristías o en el confort de sus casas ante la tele o internet), otros se ponen nerviosos y sacan a relucir viejos arcabuces y actas inquisitoriales para condenar a partir de decretos, códigos, leyes, normas… aunque estén periclitadas. Otros se empeñan en desempolvar viejos métodos, «odres viejos» que un día contuvieron «vino nuevo» que ya no es añejo sino rancio y ácido. Otros, tal vez los menos, buscan nuevos caminos, se arriesgan so pena de equivocarse y fracasar, ensayan experiencias «de frontera», delicadas ciertamente, riesgosas, incluso dudosas por su misma novedad.

No hay recetas. Ni las «de la abuela», ni las novísimas composiciones de platos «master chef» de ultimísima hora. Pero hay «cosas» que pueden ser «perennes», o, al menos, no se pueden arrinconar ni ignorar. Algunas:

1- Siempre hay que testimoniar, con la vida y la palabra comprometidas, a Cristo muerto y resucitado.  2- Dios siempre es bueno, cargado de bondad y misericordia: y sólo ese Dios (que rompe nuestros esquemas) es digno de ser anunciado. 3- Hay que seguir creyendo en la gente y en nuestro mundo a pesar de todo, o gracias a todo. 4- Nuestra mirada al mundo sólo puede ser de empatía, de simpatía, de admiración, de respeto, de afecto. 5- Siempre hay que acoger a todo el mundo sin distinción alguna, sin prejuicios de mala educación eclesiástica. 6- Las personas son siempre más importantes que las leyes, las normas, los directorios, el CDC (Francisco lo dice de mil maneras diferentes cada día). Pero aunque no lo dijera Francisco. 7- Hay que buscar la felicidad de la gente, que se sientan bien, que estén alegres, que la religión no sea para nadie una carga insoportable. 8- Tenemos que ponernos de acuerdo en un diagnóstico elemental que sea común y aceptado. 9- Lo que hagamos, hacerlo bien; desarrollar la «pedagogía de lo pequeño, lo pobre, lo poco» (las tres «p»).  Y 10 (para que tenga forma de mini decálogo no exhaustivo ni incuestionable): hay que devolver al laicado la identidad que se le usurpó hace unos 1000 años; y hacerlo de verdad. Y faltarían «cosas»: los pobres, siempre los pobres… «extra pauperem nulla salus», dice Jon Sobrino. Y tiene razón.

Lo demás, es «lo de más», y también «lo de menos»: catequesis infantil, discusiones bizantinas entre evangelización/sacramentalización; escasez alarmante de clero sin buscar nuevas sendas arriesgadas pero evangélicas; formas y costumbres exteriores en ritos, vestimentas, cumplimientos puntuales y puntualistas, estructuras de gobierno o nombres de obispos y presuntos cardenales para pasado mañana, que si el Papa es teólogo o no, que si los gays, los divorciados… ¡Y cosas así! En una palabra: se trata de volver a Jesús y a su Evangelio. Y de estar convencidos de que hemos de convertirnos cada día, aunque algunos, tristemente, se empeñen en seguir haciendo las cosas «a golpe de mata», como decía mi amigo, el cura. Y yo creo que (después de pensarlo) ¡tiene razón!

2 COMENTARIOS

  1. «A golpe de mata» «Hacer las cosas como sea, sin pensar…» «ciegamente muchas veces haciendo las cosas » agolpe de mata», pues METEMOS LA PATA». Pero lo que tenemos que llevar a nuestro lado y meter a fondo es el Evangelio desde el corazón, desde nuestra experiencia de Fe. Sin embargo tenemos un montaje clerical y un montaje de muchas normas que se nos olvida lo fundamental, LA PERSONA. «El hombre es lo que importa» se titula un gran poema de León felipe que os pongo a continuación. Hoy diremos: LA PERSONA ES LO QUE IMPORTA.Amando a cada persona, acogiendo, haciendo nuestro el decálogo que propones las cosas cambiarán. Rescatemos a LAS PERSONAS, cada mañana es un reto para que nuestro actuar se fije primero en mí mismo: ¿me quiero a mí mismo, me acepto? Y desde mi propio interior con la fuerza del espíritu y del evangelio acercarme a quien tenga al lado. Menos criticar, más AMAR Y ACOGER, Menos normas, más experiencias de encuentro. Lo dicho, tenemos que cambiar desde EL CORAZÓN para llegar AL OTRO. Aquí tenéis el poema de León Felipe que os propongo para reflexionar:
    El hombre es lo que importa -Autor: León Felipe

    Hay que salvar al rico,
    hay que salvarlo de la dictadura de su riqueza,
    porque debajo de su riqueza hay un hombre
    que tiene que entrar en el reino de los cielos,
    en el reino de los héroes.

    Pero también hay que salvar al pobre,
    porque debajo de la tiranía de su pobreza hay otro hombre
    que ha nacido para héroe también.

    Hay que salvar al rico y al pobre…
    Hay que matar al rico y al pobre, para que nazca el Hombre.

    El Hombre, el Hombre es lo que importa.
    Ni el rico, ni el pobre importan nada…
    Ni el proletario, ni el diplomático,
    ni el industrial, ni el arzobispo,
    ni el comerciante, ni el soldado,
    ni el artista, ni el poeta
    en su sentido ordinario y doméstico
    importan nada.

    Nuestro oficio no es nuestro destino.
    «No hay otro oficio ni empleo que aquel que enseña
    al hombre a ser un Hombre».

    El Hombre es lo que importa.
    El Hombre ahí,
    desnudo bajo la noche y frente al misterio,
    con su tragedia a cuestas,
    con su verdadera tragedia,
    con su única tragedia…
    la que surge, la que se alza cuando preguntamos,
    cuando gritamos en el viento:
    ¿Quién soy yo?
    Y el viento no responde… Y no responde nadie.
    ¿Quién es el Hombre?…

    Tal vez sea Cristo…
    Porque el Cristo no ha muerto…
    Y el Cristo no es el Rey, como quieren los cristeros
    y los católicos y tramposos…

    El Cristo es el Hombre…
    la sangre del Hombre…
    de cualquier Hombre.
    Esto lo afirmo. No lo pregunto.
    ¿No puedo yo afirmar?

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