Los grupos de jóvenes que actualmente están vinculados con la vida religiosa, ¿son representativos de la juventud?
Hay de todo. Recurrir a los estereotipos me parece peligroso. Hay que pensar que acercarse a la vida religiosa hoy en día, desde el mundo juvenil, es nadar contracorriente. Y nadie nada contracorriente si no tiene alguna buena razón para hacerlo. La pregunta esencial, por lo tanto, es: ¿cuáles son las razones de los jóvenes que se acercan a la vida religiosa para hacerlo? Y es ahí donde hay de todo. Desde los que buscan en la
Iglesia una respuesta espiritual como reacción a la pobreza de las religiones de sustitución que propone el mundo juvenil actual hasta aquellos que se acercan por unos ideales de justicia y humanidad, con Jesucristo como ideal; otros –más– solamente buscan un refugio que les proteja contra un mundo que, en general, casi todos los jóvenes consideran una amenaza. Desde este punto de vista, estos jóvenes ya no pueden ser representativos de la juventud actual.
El problema está en una radicalización del perfil de joven que se acerca a ciertos sectores de la Iglesia. Jóvenes que, como sucede con estos sectores, priorizan un mensaje rancio de hostilidad ante muchas realidades ya plenamente aceptadas por la mayoría de los jóvenes (y no jóvenes), como la homosexualidad, por ejemplo, o la trasnochada idea del cuerpo como plataforma de pecado, tan alejadas, en mi opinión no solamente de la nueva sensibilidad juvenil, sino también del Evangelio. Sería un enorme peligro para la Iglesia convertirse en un refugio para jóvenes de este tipo ya que estos se convertirán en la imagen de la Iglesia para muchos otros jóvenes que no tienen contacto con ella, y el rechazo será aún mayor. Sin embargo, a veces me da la sensación de que es en ellos en los que se ve la salvación de la Iglesia. Creo que es un enorme error.
Está el joven «programado» para entregar su vida por una causa como el reino. ¿Dónde están las posibilidades? ¿Dónde las dificultades?
Si algo caracteriza al joven actual es precisamente no dar su vida por nada, con la excepción, muy dudosa, de su familia. Esa nueva sensibilidad de los jóvenes, esa nueva empatía con los débiles y con los diferentes es un pozo del que la Iglesia ha de beber. Porque además es el mensaje de Jesucristo en estado puro.
Las posibilidades, como dije en algunas ocasiones, es conectar con jóvenes con espíritu crítico, jóvenes que buscan justicia en un mundo excesivamente injusto, jóvenes sensibles a los que indigna la situación actual. En un momento dado, con motivo de la JMJ, lancé la propuesta de que la Iglesia ofreciese la mano a los indignados del 15M ya que era (es) muchísimo más lo que les une que lo que les separa. Jesucristo es un modelo de indignación ante las injusticias, pero se está desperdiciando su enorme potencial. La Iglesia podría haberse convertido en la institución que liderase las protestas contra las innumerables injusticias tanto del mundo actual como, en concreto, de España, pero no se hizo nada de esto. La Iglesia tardó varios años en pronunciarse, tímidamente, contra todo eso. Los medios lo invisibilizaron, como es natural, pero fue algo muy puntual y con muy poca fuerza.
A veces he dicho que la Iglesia es la “empresa” con el mejor producto y el peor marketing que existe… Y no me refiero a marketing en el mal sentido de la palabra, como maquillaje, sino como un simple medio para anunciar y sacar provecho de los talentos recibidos, que son muchísimos. A mí me enferma, a veces, que otras figuras como el Che (en tantas camisetas) o Gandhi sigan siendo un referente para muchos jóvenes que quieren cambiar el mundo y no lo sea Jesucristo porque algunos dentro de la Iglesia lo usen como un títere indignado por trivialidades de la vida privada o sexual del joven, lo que le empequeñece muchísimo, en vez de presentarlo como un referente de la indignación con el mundo.