Gonzalo Fernández Sanz
Director de VR
Son muchos los asuntos que preocupan a los consagrados. Y no todos tienen que ver con el envejecimiento, la escasez de vocaciones o la fragilidad institucional. La revista Vida Religiosa quiere ir abordándolos poco a poco, tratando de descubrir en cada uno de ellos las posibilidades que se abren, no solo las grietas y los agujeros. Uno de ellos es, sin duda, la formación. Ensanchar la zona de aprendizaje es un modo muy eficaz de reducir la zona de pánico que nos impide salir de nuestra zona de seguridad y control. Hace décadas que el concepto de formación no se aplica solo a la formación inicial, sino que se extiende a toda la vida de los consagrados. Afinando los términos, pero también a veces rizando el rizo, hablamos de formación, conformación y transformación. En la revista no queremos abundar en las discusiones teóricas, sino captar e iluminar lo que está sucediendo en la práctica. Tan urgente es prestar atención a los procesos formativos de las nuevas generaciones de consagrados y consagradas como tomar en serio la formación de quienes se encuentran en la cuarta edad, una de las franjas etarias más numerosas en la vida consagrada actual.
El perfil de los nuevos formandos es más heterogéneo que nunca. Los hay jóvenes y adultos, naturales del país y provenientes de otros contextos culturales y religiosos. Para bien o para mal, el factor grupal ha perdido peso con respecto al factor personal. Es preciso acompañar a cada formando según sus características y necesidades particulares. Si la cultura inter afecta a la vida consagrada en general, se hace más incisiva en la formación de los nuevos candidatos o de los consagrados jóvenes. A menudo, se forman en contextos internacionales, interculturales, intergeneracionales e intercongregacionales. Estos contextos ensanchan el horizonte, pero también presentan desafíos inéditos hasta ahora. En este número ponemos nombre a algunos de ellos.
Hay institutos de vida consagrada que ya han incluido en sus planes de formación orientaciones precisas para la cuarta edad. No se limitan a ofrecer criterios para vivir saludablemente la ancianidad, sino que profundizan en otros aspectos que tienen que ver con el autocuidado, la espiritualidad de la donación, el acompañamiento, la cultura digital, las aficiones, etc. Aunque hay ancianos que se resisten a continuar formándose en el ocaso de la vida, porque consideran que ya han librado todas las batallas posibles y que lo único que necesitan es descansar, hay otros muchos que mantienen una actitud de sana curiosidad y que aprovechan las iniciativas que sus comunidades les ofrecen.
Quizás el desafío mayor se presenta en la ancha franja que va de los 40 a los 80 años. Es verdad que muchos institutos han desarrollado iniciativas de diverso tipo (desde cursos en línea hasta encuentros de renovación más o menos prolongados), pero el problema no se sitúa en el campo de las iniciativas, sino en el de las motivaciones. Ocupados en los mil asuntos de la vida apostólica, portadores de responsabilidades absorbentes y – digámoslo también– algo escépticos sobre la eficacia de las iniciativas de formación, tienden a escabullirse, postergar los compromisos o ironizar defensivamente sobre ellos. Solo cuando la formación adquiere el rostro de la verdadera renovación, y no se reduce a acumular informaciones o a maquillar el vacío personal con iniciativas más o menos esporádicas y efímeras, solo entonces tiene una incidencia significativa en la vida de las personas.
La fragilidad personal e institucional que vivimos en las últimas décadas puede conducir a un estado colectivo de pesimismo y abandono, pero puede ser un fuerte acicate para plantear una formación continua desde las raíces. Es urgente la actualización bíblica, teológica, carismática y pastoral, pero es todavía más perentoria la necesidad de centrarnos en lo esencial de la experiencia vocacional. Si ese fuego mengua, todo lo demás sirve para poco. Lo que importa es retirar las cenizas y avivar las brasas para que el fuego arda con vigor.
A partir del mes de enero, Vida Religiosa creará una sección dedicada a ofrecer algunas herramientas que ayuden a las comunidades en este esfuerzo por cultivar la formación permanente. El tiempo dirá si damos en el blanco o erramos el tiro.
Estamos convencidos de que todos los esfuerzos que los institutos de vida consagrada hagan por cultivar y cualificar la formación permanente, redundarán en una vida más arraigada en los valores evangélicos que sustentan esta peculiar forma de ser cristianos y más audaz en sus apuestas evangelizadoras.