REFORMA INTEGRAL (y 3)

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En esta tercera entrega sobre una “reforma integral” en la Iglesia, podemos ir sacando ya algunas primeras, aunque siempre discutibles, conclusiones: la Reforma eclesial no puede ser parcial, exigua, un simple maquillaje para “poner al día” una institución milenaria. En segundo lugar: se trata de un tema complejo, arduo, de múltiples aristas: el papa Francisco habla, en ese sentido de: “un precioso poliedro, conformado por muchas legitimas preocupaciones y por preguntas honestas y sinceras”. En tercer lugar: a veces “olvidamos” el carácter de una antigua expresión que ya se ha hecho clásica: “ecclesia reformata, semper reformanda”, que viene a significar que “siempre” la Iglesia se ha ido “reformando” con el paso de los años, es decir, se ha ido “adaptando”, “inculturando” a las distintas realidades históricas, con una “adaptación” que no es un fácil y sencillo “adaptacionismo” en el que se pierdan u omitan “verdades o tradiciones” fundamentales y fundamentantes.

Una reciente serie de artículos de Juan Masiá,  que invito a leer (“Familia, sínodo y reforma”, en su página web), me parecen muy acertados por su carácter sintético y clarificador. Dice el jesuita: “(Tenemos) cuatro clases de posturas entre los sinodales: la tradicional a ultranza, la revolucionaria, la diplomática conciliadora y la reformadora mediante el discernimiento. Por esta cuarta vía vemos caminar coherentemente al obispo de Roma… No a la primera vía, inmovilista; no a la segunda, demoledora… Francisco dice no a la tercera vía (el consenso diplomático). La cuarta vía no es una coalición de compromiso, sino un ‘consenso transformador y abierto’”. No merece la pena desarrollar más los riesgos, engañifas y peligros que suponen las tres primeras vías. (Remito nuevamente a los artículos de Juan Masiá que lo explica estupendamente).

Las dificultades para llegar a un diálogo entre las dos grandes corrientes o modelos de Iglesia (simplificando mucho contenidos y posturas) parecen obvias. En definitiva, apurando mucho “las cosas”, se trata de dos (al menos) planteamientos culturales, existenciales, inscritos en el ADN de las personas, que posiblemente haya durado siempre, y que tienen un reflejo claro en el modo de entender y vivir el fenómeno religioso… desde los sapiens nómadas recolectores y cazadores que se enfrentaron a los renovadores sapiens sedentarios agricultores y ganaderos: aquí nacieron, tal vez, las primeras grescas (“culturales”, económicas, y hasta políticas) de nuestros tatarabuelos. Es como un síndrome, no sé si genético, hereditario, cultural o personal que nos lleva a situarnos en “dos bandos” (dos banderas, dos Españas, dos partidos, dos bloques….: “españolito que vienes al mundo una de las dos Españas ha de helarte el corazón”) en todos los campos del ser y quehacer de los humanos. En un intento -seguramente poco “científico”- de “reduccionismo sociológico”, la “historia” siempre ha sido y seguirá siendo la misma: “siempre te lavarás en el mismo río”, decía Heráclito: una especie de vaivén, de sube y baja, de doble polarización, la teoría del péndulo, del balancín… Unos tienen miedo al cambio y se resisten… por miedo, por intereses políticos o económicos, por apego a lo ya conseguido, domesticado y poseído, por la inseguridad de lo nuevo y lo distinto… y apuestan por regresar a la tribu, el neotribalismo de los independentismos absurdos, del mantra del “siempre fue así”,  melancolía por regresar a un pasado difuminado: “cualquier tiempo pasado fue mejor”, “la Iglesia… de siempre”,  etc. etc. “Los otros”, los progresistas, atrevidos, revolucionarios o revoltosos, enamorados de la moda en boga, de las exploraciones y los nuevos caminos por descubrir… viven asentados en no asentarse, empeñados en cambiarlo todo para que tal vez no cambie nada, en buscar “la fuente de la eterna juventud”, en una revolución permanente con destino incierto… tirar todo lo viejo por la ventana, sin salvar ni siquiera los muebles…

La pena, la preocupación, la tristeza, están en no ser capaces de asumir y creer en esa “cuarta vía” de confrontación fraternal, de diálogo respetuoso y eficaz, de “consenso transformador y abierto”. Ir hacia un “discernimiento ético, social y eclesial”, como apunta Francisco. ¡Hay reforma, o intentos de reforma, para rato!… no habrá vencedores ni vencidos, es imposible…. Todos perderemos si entramos en la dinámica o la incultura de la descalificación del otro, las pugnas teóricas o prácticas, los cismas abocados a divisiones sin vuelta atrás, las rupturas y la cultura del bando, la prepotencia y la soberbia de identificarse con “la verdad”, o sea, con “mi verdad”. Habría que recordar, para terminar, aquellas viejas y actuales palabras de San Agustín: “En lo esencial unidad, en lo dudoso libertad y en todo, caridad”.