Contra la obligación de ser feliz

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Debajo del título hay una declaración de hostilidad hacia ese imperativo categórico que nos rodea por todas partes –también ronda a la vida consagrada– machacándonos con el eslogan: “Sé feliz” y su complementario “Cuídate” que arrasa en nuestras fórmulas de despedida. Se formulan en segunda persona del singular, faltaría más, porque de lo que se trata es de que cada cual se ocupe solo de sí mismo y procure “no perderse ninguna sensación positiva que le prometa un incremento de bienestar y de rendimiento”. Vivimos inmersos en una cultura que califica el esfuerzo como fastidioso, lo cotidiano como aburrido y la fidelidad como obsoleta, y nos empuja hacia espacios más seductores y permisivos, aunque eso suponga renunciar y dejar atrás mucho de lo que hace la vida digna de ser vivida. Así que, o espabilamos, o nos disolveremos en ese magma viscoso que solo admite el bienestar, la positividad y el optimismo. Y llegaremos a pensar que Francisco de Asís, en vez de desposarse con la Dama Pobreza, hubiera acertado más cortejando a Miss Happyness, o que el mayor deseo de la Madre Teresa era que le recomendaran: “¡Cuídese!”.

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