“EL HIJO DEL HOMBRE” ¿POR QUÉ? – EL MESÍAS ALTERNATIVO

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En el evangelio de este Domingo Jesús se llama a sí mismo “Hijo del Hombre”: “Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.

Jesús sentía una especial predilección por esta expresión a la hora de hablar de sí mismo: “el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza… padecerá mucho… será entregado… crucificado… resucitará… vendrá en las nubes del cielo”, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros”.

Pocas veces utilizamos esta imagen. Preferimos otras: “Cristo”, “Jesús”, “Hijo de Dios”, “Profeta”, “Sumo Sacerdote”, “Rey”. Sin embargo, la liturgia de este domingo nos invita a penetrar en el significado de este título cristológico: ¡Hijo del hombre! Es mucho más importante de lo que imaginamos para contemplar a Jesús y reconducir nuestra conducta.

¡Ante todo, la extrañeza! 

El “Hijo del Hombre” era un personaje apocalíptico: El que interviene y actúa en la lucha y victoria de Dios contra los poderes del mal. El profeta Daniel se refería a los poderes imperiales de su tiempo, que se iban sucediendo, con imágenes bestiales y monstruosas. El mundo va de mal en peor. Pero, he aquí, que Dios actúa a través de uno como “Hijo de hombre”; Dios, el Anciano de días, le concede todo el poder para que elimine cualquier imperio bestial y homicida y establezca el Reinado de Dios, el Reino de la Vida.

Jesús se identificó con el personaje del “Hijo del hombre”. Y, no solo eso. Re-diseñó esta figura con nuevos rasgos: humildad, pobreza, servicio, no-violencia y entrega sin calcular las consecuencias. ¡Todo lo contrario de los poderes monstruosos, o parecidos a ellos! El  Hijo del hombre ocupa el último puesto, se identifica con los excluidos y descartados. Se auto-presenta como aquel que sólo ha venido para servir, lavar los pies, curar enfermos, expulsar demonios,, entregar su carne y sangre como alimento y bebida. El poder bestial es “inhumano”. El de Jesús es el poder del “Hijo del hombre”, humano.

¡He venido para servir y dar mi vida en rescate por todos!

El Hijo del Hombre -con quien Jesús se identifica- ofrece un servicio con cuatro características: personalizado, estético, terapéutico y ecológico.

Personal: El servicio de Jesús es “personalizado”: fija sus ojos en cada persona, en su individualidad; escucha, está atento y atiende.

Estético: “todo lo hizo bien”, es decir, “todo lo transformaba en belleza, en bondad”. La estética de sus gestos quedaba impresionada en las personas a las que atendía: ¡seducía a todos! Ante Él, cualquiera se sentía dignificado, honrado, sanado, nunca humillado.

Terapéutico: el servicio del Hijo del hombre tiene propiedades curativas. Ensalza al abatido, enaltece al humillado, a los pobres los colma de bienes y de bienaventuranza. “Manaba de Él una energía que los curaba a todos”.

Ecológico: el más pequeño servicio -como dar un vaso de agua- nunca queda aislado. Entra en la ecología de la acción. Se reproduce de las formas más insospechadas: o por su ejemplaridad, o por su generosidad que es generativa… El servicio del Hijo del hombre transformó y redimió la red de los servicios, “símbolos de la Gloria-Belleza de Dios”. Los símbolos de la Gloria embellecen al mundo, curan a la humanidad, la dignifican.

Tiempo para el servicio

“No tenía tiempo ni para comer”. Así se describe al Hijo del Hombre. Piensa más en los demás que en sí mismo. Su tiempo es para los demás. El Hijo del Hombre es el buen Samaritano. Su presencia embellece el mundo, la sociedad. Hace del amor, su arma más poderosa.

Sus discípulos podemos caer en la tentación, en la garras del poder-maligno y destructor. Jesús nos enseñó a suplicarle al Abbá -al Anciano de días, de la visión de Daniel- que nos “libre del Mal” y que no nos deje caer en la tentación. ¡Que seamos seguidores e imitadores del Hijo del Hombre!, del mesianismo de la humildad, del servicio, del amor sin reservas.

Plegaria al Hijo del hombre

“Jesús, hijo del hombre! vienes del cielo… apareces misterioso junto al Anciano de días para juzgar al mundo y suplantar los poderes perversos que nos oprimen.

¡Hijo del hombre! Tú, nos perteneces… eres hijo de nuestra humanidad, a través de María. Has llegado a nosotros, no como un dios, un ángel; o un ser extraño, sino como hombre, como representante de todos -sin exclusiones-.

Poco a poco nos fuiste revelando tu identidad humana, desvelándonos la marca divina de nuestra humanidad. Estás entre nosotros, no como el Grande, el Primero. No quieres “servidores”, “vasallos”, gente sometida. Tú vienes a servirnos, lavarnos los pies, curarnos las heridas, expulsar nuestros demonios, concedernos el perdón, abrirnos las puertas de la Vida y a decirnos que tu cuerpo entregado y tu sangre derramada es “por todos”, “por vosotros”.
¡Gracias, Hijo de Dios! ¡Gracias, Hijo del Hombre!