Una de las actividades veraniegas que se hacían en mi noviciado, allá por los años 60, consistía en acarrear colchones a la terraza, sacarles la lana para airearla, varearla con unas palmetas de mimbre y deshacer los montones que se habían ido apelmazando. La operación, realizada alegremente a pleno sol de agosto, concluía volviendo a meter la lana, cosiendo la abertura y devolviendo el colchón mullido y esponjoso al somier de cada celda.
Esta costumbre puede parecerles del pleistoceno a los menores de 70 años pero, aunque esté obsoleta, puede ser la imagen de un trabajo que creo están necesitando nuestros voluntariados.
This content is locked
Login To Unlock The Content!