Proyecto Esperanza, una experiencia de vida

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Forman parte de mí, infinidad de mujeres. Con su vida de superación van configurando la mujer, creyente, consagrada y adoratriz que soy hoy.

Ana Almarza, AASC

Proyecto Esperanza-adoratrices

Se me invitaba a escribir sobre mi experiencia de vida en proyecto esperanza en la misma semana que estábamos preparando la fiesta de santa María Micaela, y el inicio del 165 aniversario de la congregación. Un motivo para hacer memoria agradecida, una oportunidad de pensarme, de ponerme delante de Jesús en la Eucaristía y contrastar mi vida desde el patrón diseñado por el Espíritu en María Micaela, y a la luz de su experiencia. Un momento de acción de gracias por todo lo vivido. Soy adoratriz desde hace 38 años, y para hablar de mis años en el proyecto tengo que referirme a la “Llamada”, al “Don” que me regaló Jesús para seguirle en esta congregación, y a la historia de salvación, historia de Amor que está haciendo en mí. Una ocasión de hacer oración agradecida por tanta vida en Dios, por tantas personas que han pasado por mi vida dejando huella en mi corazón, tantas mujeres que con su vida de superación van configurando la mujer, creyente, consagrada, adoratriz que soy hoy. Consciente cada día más, como dice nuestra fundadora: “¡Qué fiel es Dios en sus promesas! Pero mucha vigilancia propia, mucha fidelidad en todo, mucha oración, y por fin mucho amor a Jesús Sacramentado… Él nos ama a cada una como si fuéramos solas y las únicas que tuviera en su corazón”.

Compartir mi experiencia no es posible sin hacerlo de la mano de la mujer que se dejó hacer por Dios hasta que se convirtió en el motor de su vida e hizo posible que su obra fuera convirtiéndose en el lugar–corazón en el que muchas mujeres con el corazón roto iniciaran un camino de liberación–. Dice María Micaela: “Adoratriz soy en verdad del Santísimo Sacramento, aunque no como debo y tan alta majestad merece… Amo a todas mis hijas de un modo que no lo pueden pensar; pero en el cielo lo conocerán y verán que solo he vivido por Dios y para ellas”. Salvando todas las distancias que me separan de la experiencia de la Primera Adoratriz vivo la experiencia de seguir siendo llamada cada día para dar todo lo mejor de mí en la obra que Jesús inició en María Micaela, compartir mi vida con las mujeres a las que quiero de un modo que no sé decir, y provocan, y motivan que cada día sea más fiel a la misión que tenemos encomendada.

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