FELIZ NAVIDAD

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gonzalo-2.jpgEN LA NOCHE MÁS CLARA…

Hay un valor indudable de esta noche, la de la tensa y feliz espera, y es que todos hablamos, soñamos o escribimos con un tema común: el amor verdadero. Además vislumbramos, aunque sea por unos instantes que lo bueno y verdadero no se compra. Que no hay nada como un abrazo, una caricia o un perdón. Que recibe más el que regala y comparte. Que no merecen la pena las batallas por tener o ser el primero o figurar o recibir halagos. Sueño en este día que todos, aunque sean instantes, tenemos ganas de ser buenos, inocentes, limpios y niños, como el que nace en Belén.

Sí, ya sé que mientras yo escribo estas palabras y tú las lees, sigue habiendo terror y opresión; sigue habiendo ricos muy ricos y pobres muy pobres; sé que hay muchas noches que nunca serán buenas ni en ellas se ven estrellas de esperanza. Sé que el mundo donde nace Jesús, hoy como ayer, algunos y algunas no se enteran de la noticia y, por eso, no saben que lo hay que hacer es adorar, callar, esperar y gozar.

Hoy necesitamos creer que quien no ha conseguido entender que Navidad es cambiar hacia lo bueno no lo hace por el mal, sino porque todavía ignora el bien. Porque, a veces, los ojos, aunque parezcan abiertos, están bien cerrados ocupados en consumos y viejos rencores. A veces, aunque sea Navidad, sigue el corazón con poca fiesta, porque no se ha parado uno a adorar y dejarse contemplar, desde el amor limpio, por quien nace para amar.

En esta noche, la más clara, el recuerdo y la felicitación para quienes se empeñan en multiplicar los signos de esperanza y misericordia. Quienes se animan a empezar de nuevo, porque es Navidad. Quienes descubren que el sentido de su vida no es otro que dar luz para que brillen los otros, quienes se vacían de sí mismos para que el amor llegue limpio y a todos. Quienes han encontrado el sentido de su vida sirviendo para que todos lleguen al Portal de Belén, el único sitio donde no hay excluidos. Se me ocurre que esta noche, la más clara, como todas las noches, hay en las calles, los hospitales, las parroquias, los barrios y comunidades, religiosos y religiosas que renuevan su fe en un Misterio de amor. Pequeño y frágil. Pero amor. Por él han entregado su vida y lo siguen haciendo. Con él siguen superando la tentación de cosechar popularidad, porque saben que su sitio es el anonimato de una cueva de pastores. Con él, tras esta noche, la de la tensa espera, seguirán irradiando esperanza porque la promesa, que se muestra eterna a los ojos humanos, es un «visto y no visto» en el corazón del Padre-Dios que regala a su hijo.

A tantos religiosos, anónimos y vigilantes del reino; a tantos que se empeñan en convertir el mundo en fraternidad, felicidades! Por saber esperar, por confiar en el signo, por seguir gozando y sufriendo con la letra sencilla de un villancico, la mirada cansada y serena de un anciano, las lágrimas de quien se siente impotente o humillado. Gracias y felicidades porque la vida religiosa es un don feliz para quien la encarna y para un mundo, que aunque no de las gracias, intuye, por ella, que esta noche es la más clara.

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