Actualizar los navegadores

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portada-octubreQuien está buena parte del día en la carretera sabe que es imprescindible la actualización de los navegadores. Infinidad de rutas desconocidas, cambio de señales, incidentes en el firme o inclemencias meteorológicas pueden sortearse, siempre y cuando uno actualice el navegador. Los que no lo hacen, o no lo hacemos, normalmente nos encontramos con sorpresas desagradables ya sean atascos, pérdidas o cansancio acumulado. Puede haber personas, incluso, que por miedo decidan no salir a la carretera. No sea que se pierdan…

En el «viaje» de la vida religiosa no es tan sencillo como la actualización de un aparato. Si fuese así, hace tiempo que estarían los recorridos y decisiones más claros. La vida religiosa necesita actualizar la navegación desde el Espíritu. Se trata de una guía suave, constante, inquietante y plural… Tanto como el número de personas que en ella están. Percibimos muchos y planificados itinerarios; muchos proyectos de salida… pero con pocas personas en el trayecto. Se ve que, al final, triunfa el miedo o la cordura o la cobardía… ¿Para qué inaugurar un trazado nuevo, si lo conocido es más seguro?

El lugar de destino no es otro que el siglo XXI, pero la mayor parte de los navegadores están en el XX. Seguimos planificando igual, creyendo que las incidencias son las de ayer, también las posibilidades. Claro, así es imposible y, constantemente, el aparatito de nuestra navegación nos dice la terrible palabra: «recalculando». Es desesperante, recalcular significa volver a empezar, buscar de nuevo, volverlo a intentar. En el recalculando, una buena parte de los religiosos y religiosas gastan sus mejores posibilidades. No ocurriría nada si fuésemos capaces de empezar de nuevo sin que el fracaso nos afecte. Pero no es así. Va habiendo un número significativo de «conductores» que sueñan con rutas alternativas. Están en el trayecto de la vida religiosa, hacen número pero no son, o no se identifican. Algunos ya no confían en la capacidad de visión de los navegadores y otros se agotan porque por más que manifiesten caminos alternativos, u otros destinos, sienten que no se les escucha.

Creemos que la vida religiosa tiene que recalcular sus direcciones o ajustarse a esta realidad, que es en la cual es necesaria su navegación y presencia. Intuimos que debe hacerse con paz, pero sin pausa. Sabemos que ha llegado la hora de gastar las energías en rutas que tengan futuro y no tanto en las que evoquen pasado. Descubrimos que llegó el momento de menos planificaciones y más escucha de los itinerarios que no pocos religiosos y religiosas han ido haciendo, muchas veces solos y muchas veces llenos de fe y de vacío a su alrededor.

La cuestión es empezar a escuchar a otros y, con paciencia, oír como narran sus experiencias de viaje. Pero hay que hacerlo con visión. Y ésta no se compra. Se tiene o no. Lo peor es que si no se tiene, se enfatiza en exceso lo que nos ha dado seguridad, o lo que se ha hecho siempre.

La gran cuestión no es tanto el envejecimiento o la disminución, cuanto la carencia de buenos y buenas guías que dediquen sus horas a algo más que a garantizarse su espacio o puesto. La vida religiosa no puede vivir sin la profecía de líderes que sepan y puedan serlo, que tengan ideas a las que respalde la propia vida, que ofrezcan autenticidad desde lo que creen y que estén dispuestos y dispuestas a ser los primeros en las inclemencias del trayecto. Se nota mucho cuando se proponen rumbos que, o no se creen, o solo sirven para que el tiempo pase sin disgustos y la gente esté entretenida.

La humildad de recalcular posibilitará nuevos trayectos. Es un indicador de liderazgo con visión. Es algo así como tener en cuenta la realidad de quienes caminan; o atender las necesidades reales de quienes buscan; o no dar nada por supuesto. Guías que lideren nueva misión nacen cuando, en la dinámica de la asignación de responsabilidades o cargos, nos liberamos de la tentación de comprarlos con las «monedas» de la compensación, de la historia, de la manipulación o del miedo. Definitivamente, necesitamos una era significativa de superiores que se dejen guiar por la inquietante inestabilidad del Espíritu. Un navegador al que solo se accede desde la fe.

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