Ayer por la tarde estábamos terminando en la parroquia las palómas que vamos a utilizar el domingo que viene para el día escolar de la paz (que también celebramos en la eucaristía). Liados con palomas grandes, pequeñas y enormes, entre los inmigrantes que salían de clases de lengua y cultura, en el bullicio, recibimos la visita de un hombre. Uno más diríamos, pero conocía a Carmen (que estaba haciendo palomas) y cuando la vio se echó a llorar.
Un hombre de 50 años llorando delante de nosotros, entre palomas de la paz. Y allí nos dijo que venía a buscar un papel donde se dijese que no recibía alimentos de nuestra parroquia, porque sino no se los darían en otro lugar. Y miraba a Carmen y a las palomas y a nosotros: «Ya no aguanto más, se me acabó el paro… Yo nunca tuve que hacer ésto…»
Y no hacía falta decir nada, pero él lo dijo, como disculpándose, como pidiendo perdón por tener que hacer eso. Un hombre de 50 años con dos hijos y esposa.
Y lo llevé a la trabajadora social y salió más sereno, pero con la pena dentro, arraigada. La pena de una crisis inmisericorde que roba la esperanza y que corta las alas a las palomas blancas que se quedaron también tristes, con una tristura infinita.
Y, más tarde, rezamos vísperas y a Carmen le salió de dentro, quizás de la mano de la pena, el salmo: «Misericordia, Dios mío, misericordia. Que estamos saciados de desprecios. Nuestra alma está saciada del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos…»
Nuestra alma saciada, nuestra vida saciada… Y las palomas, más tristes si cabe, nos acogieron a la sombra de sus alas, en un gesto de ternura infinita, en el centro de nuestras almas…
Estimado Miguel:
Desgraciadamente es el pan de cada día en muchas parroquias, la gente cada día está más desesperada y la burocracia muchas veces es inmisericorde. Me ha gustado mucho tu post y la sensibilidad tan especial para con los más necesitados. Ojalá que hoy tus palomas estén un poco más alegres.
Un cordial saludo.