Cumplo en estos días los cuarenta y seis y, en este pasaje de la mitad de la vida, deseo más que ninguna otra cosa volver a cuidar esa Relación Primera en la que todas las demás relaciones cobran luz y sentido. Cuando escuchamos palabras de vida lo sabemos porque nos hacen bien, como el amor, son sanadoras. Estas palabras he recibido hace unas semanas: “Dar a Dios lo mejor de nuestro tiempo. Exponernos ¿Qué más fruto de la oración que saberte amada? Allí te sientes inhabitada por muchos y tú estás también dentro de la vida de los otros, como la Trinidad, en esa Relación-de-amor en la que somos y crecemos…Entender la existencia como una oportunidad de compartir lo mejor de cada uno”.
Me emociona experimentar que tenemos capacidad de existir “a la manera de Dios”, dando vida, donándose. También es hoy para nosotros esta invitación: “pongo ante ti dos caminos” (Dt 30, 10). Un dinamismo de entrega, de autodonación y recepción del otro, y un dinamismo de apropiación, de autocentramiento y depredación ¿Cómo voy eligiendo en lo cotidiano ese dinamismo de donación?
El amor se hace concreto en tiempo y espacio: ¿Acaso podré dejarme modelar sin bajar al torno del Alfarero? ¿Podré dejarme abrazar, y vestir de fiesta, si apenas me detengo a percibir sus brazos extendidos que me aguardan a lo lejos? Quiero intentarlo y volver a Casa, estrenar este cuaderno de la realidad que vivo y dejar que de verdad sea Otro quien lo escribe, cada día, conmigo.