Pocas palabras salen del cuerpo y del alma cuando la mirada se fija en esa figura, inagotable, indescriptible, vigorosa, sorprendente siempre, inabarcable, como es una madre.
¿El mejor regalo?, ¿insuperable compañía?, ¿dueña de todo lo que soy en Dios?, ¿maestra excepcional de las lecciones difíciles de la vida?, ¿buena guía y mejor ejemplo?, ¿inagotable fuente de sabiduría humana y divina?… Sí, todo eso y muchos más que ni tú ni yo sabemos nombrar, ni en silencio ni en público, todo eso y más, es una madre.
Hoy le doy gracias a Dios por mi madre. Se fue a la presencia del Padre en la madrugada del 14 de Noviembre de 2012. Nunca una muerte llega a tiempo. Y menos la de una madre. Es un regalo divino que uno desearía tener atrapado siempre. El desconcierto y el desorden se apoderan de nosotros al desaparecer de nuestra vista el tronco del que fuimos sacados. Y, casi sin percibirlo y buscarlo, todo eso va dando paso al amor verdadero, a la serena confianza, sin fisura, al agradecimiento, a sentirte dichoso y privilegiado, por el regalo recibido. Sabemos que nada es para siempre. Sólo Dios. Y a Dios llegamos por la fe; ésta hace que nos adhiramos a Dios. Y el amor, hecho detalles, permite que crezcamos en su Compañía. Fe y amor son los dos regalos recibidos de mi madre. Ambos, inseparables, aprendidos en la escuela del testimonio, del silencio, de la espera y del dolor.
Mi madre supo alentar la llamada a la Vida Religiosa en dos de sus cinco hijos. Una religiosa y un religioso. Hoy, desde el cielo, intercederá al Padre por sus tres hijos casados y por sus familias, y por nosotros dos, religiosos… para que seamos continuadores de esa bondad y de esa generosidad característica de aquellos y aquellas que tienen a Dios como único Maestro. Y desde la tierra, yo doy gracias a Dios por esta hija, hermana, esposa y madre. Permitídme, desde estas líneas, corregir al poeta para dar esas gracias al Padre. Gracias porque una madre nos enseña que se hace camino al amar (camino que no se borra) y gracias por ella, por habernos dejado la lección que lleva aprendida y vivida toda madre buena: dar!; dar sin esperar; dar sin mirar!. ¡Dar y regalar!.