Paulson Veliyannoor, cmf
Director, Instituto de Vida Consagrada – Sanyasa (India)
Acabamos de celebrar un cónclave papal. El cónclave, con su solemnidad, sus tradiciones ancestrales, su juramento de secreto y otros elementos curiosos, es un acontecimiento que todo el mundo sigue con gran fascinación. Y uno de esos “elementos curiosos” es la Sala de las Lágrimas donde el Papa recién elegido entra para pasar un tiempo a solas y decidir sus atuendos papales. Se dice que la sala recibió su nombre porque algunos de los papas recién elegidos se han derrumbado al contemplar la enormidad del ministerio que se les ha confiado. En el cónclave que acaba de concluir, el Papa tardó casi una hora en ser presentado al mundo, después de que apareciera el humo blanco. Son sesenta minutos completos para que el Papa recupere el aliento, reflexione sobre su nueva misión, dialogue con Dios y acepte su destino. No sería de extrañar que muchos papas hayan derramado alguna lágrima en la Sala de las Lágrimas. Dicen que el papa León XIII lloró allí. Me gustaría pensar que su homónimo, el papa León XIV, también derramó algunas lágrimas allí.
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