sábado, 3 mayo, 2025

TIEMPO DE SILENCIO

Es, sin duda alguna, el tiempo más fructífero. El que crea sedimento de cambio, fuerza de vida, oportunidad para la transformación. Estamos de Pascua recién estrenada, con Francisco en el cielo, y con muchas personas que necesitan hablar. Suelen ser relatos pertenecientes al género literario “todista”. Es decir, personas que opinan de todo, firman y afirman impresiones convirtiéndolas en categoría… y saben, en el mejor de los casos, lo mismo que tú.

Es un rasgo más de este tiempo nuestro que suele tapar el vacío con ruido, porque tiene miedo al silencio. Nos ocurre mucho en la vida consagrada. Un centón de palabras que remueven historias y éxitos pasados ante un vacío ensordecedor del presente. En el fondo, lo que está manifestando es el pavor a la diversidad. Porque decimos reconocerla y agradecerla, pero la tememos, no sabemos cómo asumirla y, mucho menos, cómo manejarla. El “mantra” del pensamiento único como solución es la fuerza de los mediocres. No nos engañemos, en tiempo de cambio evidente como el actual, hay personas que tienen miedo… justamente porque han hecho una lectura solo institucional de la vida, y están descubriendo que la institución, sin personas, no es, no está, no sirve…

Han de venir tiempos, y los intuyo próximos, en los que hemos de volver a la verdad de la persona para rehacer la institución; viajar al fondo para encontrar formas que nos convenzan y llenen.  Sobre este asunto, en algún foro general de una congregación, escuché expresiones valientes reconociendo sentirse “rotos en fraternidad” y, por tanto, con propuestas institucionales vacías.

Nuestro Papa, recientemente fallecido, nos dejaba una propuesta al respecto: “Las diferencias entre las personas y comunidades a veces son incómodas, pero el Espíritu Santo, que suscita esa diversidad, puede sacar de todo algo bueno y convertirlo en un dinamismo evangelizador que actúa por atracción” (Eg,131). Y, a mi modo de ver, es la clave de la cuestión. La diferencia está entre entenderlo como literatura para citar, o inspiración para vivir. Y es que nos cuesta aceptar que la diversidad es inspiración del Espíritu.

Por eso, el tiempo de silencio, puede propiciarnos una necesaria maduración para viajar desde un pasado que no es, al presente que necesita ser. Un acercamiento al discernimiento –sin apellidos– donde busquemos realmente esa luz que nos sobrepasa, sin anular la propia observación. Una comprensión del trabajo en equipo integradora y agradecida, más allá del silencio o la sumisión, “a la voz cantante”. Una construcción comunitaria que no intente recrear estilos, diálogos, criterios del pasado; de mi historia o familia, de mi pueblo o mi recuerdo… Una comunidad viva, de hoy, para hoy, y nuestra. Una comprensión de la espiritualidad como columna vertebral de la existencia, sin artificio ni rutina, porque conoce lo que cada uno (cada una) está viviendo de la mano de Dios Padre.

La diversidad del Espíritu, también nos habla de una nueva comprensión de la misión… y es, acercarnos a la vida para beberla, sentirla y no aprisionarla dentro de un adoctrinamiento en el que nos hemos pedido sentir seguros. Es preguntarnos, sin miedo, qué estamos ofreciendo y a quién; para quién somos referencia, y quién, en verdad, nos necesita y espera. No sea que estemos dando vueltas a un producto que nadie reclama porque a nadie ilumina. Un “producto” que ni a nosotros mismos convence. O una elaboración intelectual de nuestra soltería o soledad.

La conversión a la diversidad del Espíritu es un tiempo de silencio. Callar toda palabra, “argumentario” y cita gastada. Dejar que la luz del Espíritu ilumine, nueva y Pascual, para aprender, en primer lugar, a mirarnos a los ojos; en segundo, a escucharnos con respeto y, en tercero, a entender que no hay comunión, si no hay auténtico reparto de misión. Por eso, este tiempo de silencio para la vida consagrada, y para toda la Iglesia, irrumpirá con fuerza en nuestro interior, ayudándonos a entender, que ser distintos y pensar diferente, es el mejor camino para la comunión.

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