«TENED LOS SENTIMIENTOS DE CRISTO»

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agrelo-buenaQueridos:

Hemos entrado en los días santos en que la Iglesia celebra la fuerza de la cruz, y, en comunión con Cristo Jesús, nos disponemos a vivir los misterios de su pasión salvadora y de su resurrección gloriosa.

En comunión con Cristo:

Considera, Iglesia amada del Señor, la gracia que se te ha concedido, pues en los misterios que vas a celebrar, no haces memoria de una historia que no sea tuya o de acontecimientos en los que no hayas participado, sino que recuerdas lo que también tú has vivido, porque el Hijo de Dios se hizo hombre por ti y para ti, por ser tuyo y porque fueses suya, por ser tu esposo y que fueses su esposa, por ser tu cabeza y porque fueses su cuerpo: Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

Él se rebajó. Dios lo levantó:

No te separes, amada, del Cristo que se rebaja hasta hacer suya tu muerte; y Dios no te separará del Cristo al que su fuerza levanta para darle el «Nombre-sobre-todo-nombre.»

Aprende el camino que él recorre, el camino que él es, el camino de Dios que reconoces como tuyo y del que no quieres desviarte.

Contempla, asómbrate y sigue al que “se despojó de su rango, tomó la condición de esclavo, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz”.

Ésa es la humanidad nueva, la de aquellos que, en Cristo y con Cristo, van por el camino del abajamiento, de la obediencia, del servicio, de la humildad, hombres y mujeres que, por tener entre ellos los sentimientos propios de Cristo Jesús, no se encierran en sus propios intereses sino que buscan el interés de los demás, tienen entrañas compasivas, y se mantienen unánimes y concordes en un mismo amor.

No imitéis al viejo Adán, que quiso enaltecerse a sí mismo, apropiarse de la condición divina, hacer alarde de Dios, hacer por sí mismo lo que sólo a Dios corresponde hacer. Imitad a Cristo, y dejad que sea el Padre el que os dé un nombre embellecido con la gloria de su Unigénito.

Los días de la pasión del Señor nos recuerdan que el abajamiento, la obediencia, la entrega, la cruz, son la patria de Cristo Jesús, y que ésa es también nuestra patria.

El versículo con que la comunidad eclesial se dispone a escuchar el evangelio de la pasión, nos ayuda a entrar en el corazón del misterio: Jesús escogió esa patria “por nosotros”, escogió la cruz por amor, entró en la angustia de la desdicha para abrir a sus hermanos pobres las puertas de la alegría. Esa luz de amor que ilumina la cruz de Jesús, es la que ha de penetrar la cruz de nuestra entrega; y donde con la Iglesia que mira a Jesús, dijimos: “por nosotros”, con la Iglesia que habla de sí misma, decimos: “por los hermanos”, “por los pequeños”, “por los pobres”, “por el Señor”.

“Hágase tu voluntad”:

Jesús nos enseñó a decirlo cuando oramos al Padre del cielo: “Padre nuestro… hágase tu voluntad”.

Él lo dijo cuando entraba en su agonía: “Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad”.

“Hágase tu voluntad”: nosotros lo decimos con Jesús en su hora, y él lo dice con nosotros en nuestra oración; nosotros lo decimos y comulgamos con la obediencia de Jesús, y él lo dice y comulga con la humildad de nuestra fe; nosotros lo decimos aceptando con Jesús el cáliz que él ha de beber, y él lo dice abrazando con nosotros la cruz que hemos de llevar.

“Hágase tu voluntad”: Dichas por Jesús, las palabras llevan dentro la piedad del Hijo que aprendió, sufriendo, a obedecer. Dichas por nosotros, llevan dentro la humilde confesión de la fe, el aguante en la esperanza de los pequeños, la fuerza con que los pobres se oponen a la violencia de los poderosos.

“Hágase tu voluntad”: Para Jesús y para ti el alimento “es hacer la voluntad del que os ha enviado y llevar a término su obra”.

A ti, como a Jesús, se “te ha dado una lengua de iniciado” en la resistencia al mal, para que sepas decir al abatido las palabras de aliento que aprendiste en la comunión con tu Señor y con el sufrimiento de los pobres.

Tú dices: “Hágase tu voluntad”, y “endureces el rostro como pedernal, sabiendo que no quedarás defraudada”.

“Tened los sentimientos de Cristo”, aclamad con vuestra vida al que viene en nombre del Señor. Llevad la luz de la Pascua, la paz y la gloria de Dios a la vida de los pobres.