“Las historias que contamos y re-contamos, y que transmitimos los unos a los otros, son tiendas bajo las cuales reunirse, estandartes para seguir en la batalla, cuerdas indestructibles para conectar a los vivos y los muertos, y el entretejido de estas vastas tramas -a través de los siglos y las culturas- nos une con fuerza unos a otros y a la historia, guiándonos a través de las generaciones”
Me impresionó la lectura de este párrafo el otro día y me ayudó en la espera de Pentecostés este año.
El ser humano es un ser narrador, necesita respirar la verdad de “buenas historias” que le ayuden a reencontrar las raíces y la fuerza para avanzar juntos hacia una misma meta. Desde la infancia tenemos hambre de historias tanto como de alimentos. Cuentos, novelas, películas, canciones…todos son relatos que influyen en nuestra vida y modelan nuestro comportamiento. El hombre no sólo necesita “vestirse”, sino que también necesita “revestirse” de historias, porque sumergiéndonos en ellas podemos encontrar motivaciones para enfrentar los retos de la vida, tal como los enfrentaron nuestros héroes más leídos.
Pero a veces me pregunto: ¿Habrá alguien hoy que mire al mundo y los acontecimientos que vivimos con ternura, sin rabia ni despecho, de forma que descubra la belleza que poseemos y la trasmita a todos? ¿Tendremos ojos para ver el hilo de oro que atraviesa toda la historia y borda en ella destellos de la presencia constante de Dios?
Nuestro Dios está en medio de las tormentas de nuestro mundo, habla desde la tormenta, tal y como nos enseña el libro de Job. ¿Por qué tantos profetas de calamidades? ¿Quién abrirá nuestros corazones para acoger el desafío de descubrir lo bello en lo vil, tal como dijo Dios a Jeremías (Jr 15, 19)?
Esta realidad me evocaba las palabras del Evangelio, que siempre han sido para mí un bastón para el camino: “Como está escrito en el profeta Isaías: Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino” (Mc 1, 2)
Este preparación del camino, en su sentido original [kataskeuazo], alude a la preparación y reparación de las tiendas para cruzar el desierto, de manera que fuera Israel un “pueblo bien dispuesto”, equipado para atravesar el desierto.
Creo que en este año, más que nunca, necesitamos reparar nuestras tiendas, nuestras conversaciones y relatos, de manera que sirvan para cruzar el camino desértico de nuestros días. Necesitamos el agua del Espíritu y la frescura de palabras que construyan tiendas donde poder reunirnos para caminar juntos como un pueblo preparado.
Lo más frecuente es encontrarnos con voces y mensajes de malos agüeros, historias que manipulan la opinión de los demás y que narcotizan los corazones para alienarlos. En los telares de la comunicación se fabrican historias destructivas que rompen los frágiles hilos de la convivencia. ¡Cuántas personas se vuelven ávidas de chismes y habladurías, tejiendo discursos que despojan al ser humano de su dignidad! Sí, en la historia humana serpentea el mal desde el principio, no sólo en nuestros días.
Sin embargo soy testigo de que hay un libro, que es “Historia de historias”, llamado Biblia, que es una gran escuela de discernimiento para no dejarnos manipular, distinguir entre historia e historia, y vislumbrar el hilo de oro unificador de todos los acontecimientos. En ella Dios es presentado como Creador y Narrador, a través de su “narración” Dios llama a las cosas a la vida. Crea al hombre y la mujer generadores de historias junto a Él, y de hecho seguimos tejiendo la obra que Dios mismo comenzó.
Estamos llamados, de generación en generación, a contar y grabar en la memoria los episodios más significativos de la Biblia, porque nos comunican el sentido de lo que nos va ocurriendo, para no caminar atientas, como quien no conoce la luz. No es un simple juego de lectores, cada narración de la Biblia entra en la vida de quien la escucha y la transforma. Mientras leemos la Escritura, el Espíritu Santo escribe en nuestros corazones, renovando en nosotros la memoria de que somos el pueblo amado de Dios.
Jesús mismo hablaba de Dios con parábolas y breves narraciones tomadas de la vida cotidiana. De esta manera la vida se hace historia contada, y al escuchar el relato la historia se hace vida. Cada historia que da testimonio del Amor de Dios que transforma la vida, llena del perfume del Evangelio toda la casa y nos habla de Pentecostés.
¿Qué precede a la fiesta de Pentecostés sino el momento en que los discípulos, junto con María y las mujeres, aguardan en el Cenáculo la promesa del Padre, contando y recontando los encuentros con el Maestro Resucitado?
¿Qué es Pentecostés sino la fiesta en que tras recibir el Espíritu Santo, los discípulos –llenos de valor- salieron a contar lo que había pasado en Jerusalén días atrás?
La narración acompañó siempre al pueblo de Dios. Cada israelita en Pentecostés (shabu‘ot) subía al templo a llevar las primicias de la cosecha a los sacerdotes, y con un relato contaba la historia de sus antepasados y la acción de Dios hasta llegar a él. El relato comenzaba así: “Mi padre era un arameo errante, y bajó a Egipto…el Señor nos sacó de Egipto…Y nos dio esta tierra…y ahora yo traigo estos frutos de la tierra que el Señor nos dio” (Dt 26, 1-11)
Preparemos con gozo también nosotros el Pentecostés de este año, preparemos nuestras tiendas, restauremos nuestras conversaciones y relatos. Cuando tejemos de misericordia las tramas de nuestros días, ya no estamos anudados a los recuerdos dañinos, enlazados a una memoria que nos aprisiona el corazón, sino que abriéndonos a los demás, nos abrimos a la riqueza de las narraciones de los otros y al poder de Dios que actúa en todos.
Contemos también a Dios nuestra historia, la que en estos momentos vivimos, así aunque los acontecimientos son los mismos, cambiará el sentido y la perspectiva desde la que mirarlos. A Él podemos narrarle las historias que vivimos, llevarles a las personas y confiarle situaciones. Con Él podemos anudar el tejido de la vida. Es más, con la mirada del “Narrador” en nosotros, nos acercamos a nuestros hermanos y hermanas de otra forma, todos bajo una misma tienda y como protagonistas de la historia de hoy, abierta siempre al cambio. Incluso cuando contamos el mal, podemos aprender a dejar espacio a la redención, a la regeneración, reconociendo en medio de todo mal, un germen de bien sembrado por Dios y sintiéndonos urgidos a hacerle sitio.
¡Feliz Venida del Espíritu Santo! ¡Dichosos quienes construyan tiendas bajo las que reunirse con cuerdas indestructibles!