TAL COMO ÉRAMOS… TAL COMO SOMOS

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Ha concluido el año académico de nuestras facultades de Vida Religiosa en Roma y Madrid. En los cursos de especialización en vida religiosa se desarrolla mucha vida. Uno tiene la sospecha de que no siempre se aprovecha después en las familias religiosas. El clima del aula y el ritmo de investigación y reflexión combinado con la experiencia, hacen de ese grupo de jóvenes, no sólo el futuro del gobierno o la formación, sino el presente de la intuición y acierto. No se puede dejar a la reflexión teológica discurrir por sus fueros, mientras la vida se gasta en sortear un día a día anodino o «sin salsa».

 

 

A lo largo de los años de especialización se crea entre los alumnos un ambiente curioso. La «intercongregacionalidad» deja de ser algo teórico o distante, para convertirse en humus de crecimiento. El interés por el otro es real y la admiración por su congregación también. Con la misma fuerza es real la «multiculturalidad»: la paciencia con los idiomas, la empatía con las costumbres, la admiración por otros colores y culturas… Gente joven, con poca historia que sólo tiene lo que viene, sin necesidad de guardar lo que fue.
En tiempos de crisis, como los actuales, es la mejor inversión. Cuidar el presente para tener futuro exige el esfuerzo de que las generaciones más jóvenes estudien teología de la vida religiosa. Los procesos de reestructuración no se sostienen con «golpes de suerte» sino en intuiciones de quien sabe ver más allá de las apariencias… y para eso hay que estudiar, guardar silencio y pasar buenos tiempos «de rodillas» contemplando al Dios de la vida, en la vida.
Estos jóvenes se hacen preguntas para crecer. No preguntan incisivamente a sus comunidades por qué no funcionan… se preguntan a sí mismos por qué no acaban de creer. Se plantean cómo dar el salto del texto a la vida, sin reproches, ni evasiones… Estos jóvenes con poca historia, están agradecidos de lo que reciben, aunque se dan cuenta que no acaba de responder a lo que necesitan. Son jóvenes que creen y necesitan otra vida religiosa que sólo ellos pueden editar. 
En los años de estudios nacen entre ellos lazos intensos. Hablan y comparten lo que en casa no pueden hacer. Son generaciones que han llegado en goteo a casas ancianas y descubren, con gozo, que en otras congregaciones hay personas como ellos. Así sueñan el futuro, con los pies en su presente. Nace así otra comunidad, más allá de las fronteras de la propia institución. Se desarrolla sin planificación el acompañamiento, la amistad y la claridad… aspectos cruciales en la vocación.
Definitivamente estás generaciones que estudian y entienden teología de la vida religiosa deben ser escuchadas. Ellas son quienes van a hacer comprensible la vida religiosa en el siglo XXI, porque ellos son los religiosos y religiosas de este siglo.
Hay, sin embargo, algo que me pareció curioso al concluir este curso. Como si quisieran que no se acabase, las celebraciones se convirtieron en sucesiones de flases, cientos de fotografías… Cuando pregunté a un grupo el por qué… la respuesta me causó perplejidad: «compréndenos, no sabes cuánto vamos a echar de menos convivir diariamente con quien, de verdad, nos conoce». Ahí está la explicación de la foto: inmortalizar un momento para que no se acabe.
Dejando a un lado las inexplicables razones del sentimiento, he pensado, en estos días, en qué apoyamos los dinamismos comunitarios. Quizá, a ciertas edades, creemos no necesitar conocer y que nos conozcan. Quizá incluso creamos que se puede amar lo que no se conoce… nuestros jóvenes lo tienen claro y además lo dicen. Necesitan que sus congregaciones los reconozcan para descubrirlas como familia y proyecto para ellos. Los jóvenes religiosos han leído muchos textos sobre la fraternidad, pero no acaban de encontrar contextos para vivirla.
Seguro que cuando miren las fotografías, pasados unos años, concluyen que como eran, es como son. Porque se sintieron conocidos y creídos.