En todo caso fui convocada a raíz del monográfico que publicó Vida Religiosa el año pasado, «Caminos para sanar cualquier tipo de abuso. Vida consagrada siglo XXI» de mi autoría y por eso vuelvo a él y quiero compartir que desde su publicación he recibido correos, llamadas y alguna que otra visita, el contenido de todo lo que he escuchado lo agrupo fundamentalmente en dos grupos: hermanas mayores y hermanas de votos temporales. Fíjense que hablo en femenino.
De un lado pues, hermanas ahora mayores que fueron abusadas siendo jóvenes profesas, incluso por miembros de la misma congregación, y que nunca nadie tuvo en cuenta su sufrimiento y que ahora en su vejez siguen reviviendo lo sufrido, sobre todo cada noche, y me llamaban sencillamente para desahogarse pues según lo que había plasmado en mi escrito creían que las podía entender. Algunas no lo han dicho nunca, otras lo dijeron y nadie les hizo caso o simplemente hubo cambio de comunidad y quitar hierro al asunto, y entre estas, aún algunas, ven que su abusadora sigue en el instituto, sin ninguna consecuencia, e incluso es superiora. ¡Madre mía!
Hay que agarrar caminos de sanación. No estaría mal una asamblea con un buen acompañante, o un retiro que permitiera que después de tantos años entregados y viendo el final de la vida cerca, pudieran curar, sanar, dar una cierta paz ante un sufrimiento a veces tan guardado y tan profundo y que a menudo, fruto de algunas épocas o formaciones, alberga incluso culpa. Demos paz, abramos espacios de escucha y sanación. Y no malpiensen, no pretendo inventar la sopa de ajo, sino que en nuestras congregaciones se acompañe y pueda salir ese dolor guardado para con paz y serenidad, ir caminando hacia el Señor al final de la vida, Él ya lo sabe todo, pero a nosotros nos cuesta tanto a veces asumir, compartir, perdonar o incluso poder ver que se hace justicia después de tantos años.
Los otros mensajes han sido sobre todo por las redes, en modo privado con miedo a que quedara rastro, o en persona. Son hermanas de votos temporales en situación de abuso de poder o de conciencia e incluso sexual, y que me pedían que dijera algo de su situación, porque claro, en los casos que me han llegado, ante una queja, una dificultad o el abuso, no encuentran escucha y la solución de las superioras mayores es «adiós muy buenas, ya tenemos bastantes problemas». ¿Cuánto dolor, cuánta poca escucha, cuántas decisiones tomadas desde arriba sin contar con las personas?
¿Y entonces la vocación y ese anhelo verdadero de entregarse a Dios dónde queda? ¿Es que quien toma decisiones no se acuerda de su llamada y de sus sufrimientos? ¿Quizás se nos pedirán cuentas de estas vocaciones truncadas por el mal hacer, la dejadez o la envidia? Nos convertimos en voz de Dios y zanjamos los problemas diciendo a la persona con convencimiento (se tendría que ver cómo y cuánto lo hemos rezado) que ese no es su camino y en el fondo lo que se hace es un pecado de los que claman venganza al cielo, y se abusa (de nuevo) de su pobre condición e impotencia.
Detrás de cualquier abuso a hermanas de votos temporales, hay más miedo añadido. Si a menudo hablo de víctimas dobles, aquí lo son triples o cuádruples, por el abuso, por la mirada inquisidora que se les perpetra, por la lentitud en los procesos de ayuda y porque lo más fácil es impedir su renovación de votos y acabar con el problema.
Tengo diversas ideas en la cabeza y en el corazón que me parten el alma y voy a ver si sabré estructurarlas. Lo primero y más importante para las que han sido abusadas: ser víctima no es ser pecador. Sufrir abusos no convierte en culpable ni en incitador de nada, ni significa haber consentido, como decía una superiora a una hermana ante un abuso sexual. Las cosas no se pueden simplificar tan fácilmente.
Luego, hay que poder generar confianza, poder hablar, buscar y encontrar soluciones rápidas y ágiles. R Á P I D A S. Evidentemente, no tapar o esconder el problema, pero como ya he dicho muchas veces, igual de grave es dejar pasar el tiempo, los meses y años que carcomen y matan por dentro. Y aquí a menudo fallan muchos de los estamentos eclesiales, aún con todos los avances que se han hecho en estos ámbitos.
La persona abusada se siente indefensa, no sabe y a menudo no tiene donde agarrarse, reacciona como puede o se enferma y en esa reacción, a veces con matices violentos o de mal carácter, y en esa enfermedad se apoyan para no dejarla continuar su camino de consagrada.
Hay quien incluso achaca el dejarse abusar a la falta de formación, y decir esto es como mínimo retrógrado, por no plasmar una mala palabra. Quizás faltará formación, pero aquí no procede dicha cuestión. Yo misma defiendo la formación en todos los momentos de la vida religiosa, pero esto va de otra cosa, va de personas manipuladoras, que se sienten superiores ante personas en momentos de desnudez espiritual como es a veces el inicio de la vida religiosa, va de desconocimiento, de miedo, de sentirse fuera de juego e indefenso.
Esto va mayormente de humanidad, de defender a capa y espada la dignidad de las personas, ante todo. En palabras del papa Francisco, va de poner la persona en el centro. «¡En el centro está la dignidad de la persona humana! ¿Por qué? Porque la persona humana es imagen de Dios, ha sido creada a imagen de Dios y todos nosotros somos imagen de Dios».
Abusadores de poder, de conciencia y hasta sexuales, que son «come personas» sin escrúpulos, enfermos o psicópatas, sin empatía, a los que dejan seguir con sus neuras por no complicar la vida de la provincia o congregación, porque tienen un cargo y queda mal desautorizarlo. Gracias a Dios algunos ya están fuera, otros se mantienen en su lugar y se espera que se hará justicia, y más les valdría ésta, que la divina, en la que también creemos, aún sabiendo de la gran misericordia de Dios. Como decía mi profesor de Escatología, el infierno existe para que las víctimas tengan justicia.
Y ahora, no hace tanto, he detectado dos discursos que me parecen terribles por parte de ciertas superioras, tanto en España como en América Latina.
Y ahora, no hace tanto, he detectado dos discursos que me parecen terribles por parte de ciertas superioras, tanto en España como en América Latina. El primero es en plan consejo amigo, le dicen a la hermana joven, de 26 a 30 y pocos años, que claro si sigue y luego no la dejan hacer votos perpetuos ya será «vieja» para según qué. O que ese cambio que le dan es para que no le pase el tiempo y no sea «vieja» para ciertos estudios o quehaceres, cuando en realidad la están menospreciando. Por Dios, hermanas que no soportan que se use la palabra «vieja» porque ellas nunca lo serán (ejem), ahora les sirve de muletilla para asustar hermanas que se saben en la cuerda floja por diversas razones.
Y el otro discurso es más grave, cuando una superiora mayor después de escuchar a la hermana y ésta le demuestra lo más posible el abuso, le dice que claro ella no puede ser parte y juez, que no puede involucrarse, no puede mediar, por qué no sería neutral y, por tanto, no puede ponerse a favor de nadie. Señor Dios, ¿dónde hemos llegado? Justamente el cargo, esa misión tan delicada para con las hermanas requiere de per se ser parte, o sea ponerse de parte del vulnerable, del débil, del abusado, del que no tiene quien le defienda, del pobre (Cf. Pr 31,9), siempre buscando la verdad. Y dejemos lo de juzgar para Dios.
Ayer me acostaba con mucha tristeza pensando en otra hermana que ha visto desmenuzada su vocación pues tuvo la valentía de contar su situación y no han querido apoyarla y la han invitado a salir. Recé por ella y me dormí, y al cabo de un par de horas me desperté sobresaltada, me vino una cita bíblica a la cabeza pensando en estas superioras mayores que desean ser neutrales y no se implican aun teniendo el poder real para hacerlo. Tuve que buscar la cita en el móvil, ¡flipé!, era Apocalipsis 3, 15-16: «Yo sé todo lo que haces. Sé que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero como eres tibio y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca».
Gritemos que lo primero es la dignidad de la persona y que también guardaremos la del abusador, pero fuera de la comunidad, de su cargo, o simplemente diciendo que ese no es el camino.
Y, por último, el verdadero problema es no amar a las nuevas generaciones, se las mira con desprecio, porque en lugar de tener mirada de madre o abuela se las ve como usurpadoras de algo que ya no se volverá a tener: juventud y ya casi ni poder. ¿Quién quedará en las congregaciones?