SÉ QUE ESTÁS AHÍ

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Muchas veces basta saber que «estás ahí».

El trayecto de la vida tiene mucho de soledad y monólogo. Pero también tiene presencias imprescindibles para descubrir que el calor de Dios es real, que el camino está habitado y, en cierto modo, seguro gracias a que «estás ahí» y alguna vez me has contado que pasaste por él.

Escuchando a las personas en esa gran urgencia que es el acompañamiento descubro que a algunos y algunas les falta esa certeza de que alguien esté ahí y esté ahí para él o ella.

Conforme te vas haciendo mayor –que no maduro– vas entendiendo que hay circunstancias que antes te pesaban y ahora solo son anécdotas, pero van apareciendo otras que o no conocías o te desconciertan por la novedad o virulencia con que te afectan. También en estas etapas de crecimiento es imprescindible saber que alguien está ahí. Porque entre los signos más evidentes al ir creciendo sobresale que ya no necesitas que se te dé la razón, pero necesitas con más fuerza ser escuchado… Y ahí, saber que alguien está es insustituible.

Esta cuestión tan sencilla se percibe en quienes quieren vivir compartiéndolo todo en comunidad. Hay personas que, desgraciadamente, no tienen conciencia de ser para alguien y, por supuesto, no saben decir nombre y apellido de quién está ahí para ellos o ellas. La dinámica de acercamiento a Dios no sigue derroteros diferentes a nuestro crecimiento y acercamiento a otra persona. Nuestras relaciones personales, en buena medida, están relatando cómo de auténticas son nuestras relaciones con Quién es Luz en el misterio de la vida.

Crear espacios donde la vida pueda ser vida, estoy convencido de que es el anhelo de todo consagrado. Todos queremos y tenemos un ideal de comunidad que sabiendo no vamos a realizar completamente nunca, nos mantiene esperanzados mientras descubrimos algunos signos, por endebles que sean, de su posibilidad. Pero hay personas que no tienen paradigma humano de confianza. No han experimentado que efectivamente su vida sea necesaria para alguien. Solo han sabido insertarse en una colectividad de producción, en donde lo importante es seguir, hacer, dirigir, proponer o responder… tratando de olvidar que hay otro verbo, sentir, con el que procuran no dialogar, ni conceder espacio para no descolocar una aparente estabilidad.

Para construir una comunidad que sea hogar es imprescindible abordar los sentimientos. Pero nuestra «deformación profesional» tiende a comprender que abordar sentimientos equivale a terapia, cuando en realidad equivale a vida y necesidad de vivir. Por eso, pudiera ocurrir, que tras muchas responsabilidades y roles, en alguno de nosotros solo quede una persona profundamente sola, incapaz de querer y ser querida. Ahí, me temo, radica la mayor preocupación del momento. No tanto cuántos, sino cómo estamos y qué vivimos, si somos para alguien y si estamos creciendo con el calor que necesita toda vida.

Recuerdo que en los últimos años de carrera se hizo compañero de camino un programa de radio que, curiosamente, se llamaba «sé que estás ahí». Aquel programa, con una buena base musical y literaria, ciertamente, me enganchó. Noche tras noche, iba oyendo como el ficticio (o no tanto) «sé que estás ahí» trataba de responder a la soledad de no pocos oyentes. Hace unos días, escuchando a una joven religiosa, me dijo exactamente la misma frase: «no tengo a nadie que esté ahí». Probablemente no tiene un problema vocacional, pero ciertamente tiene un problema afectivo de soledad que la llevará a irse en breve. La pena es que su vocación se haría verdad con algo tan humano como un santo o santa «de la puerta de al lado» en que pueda leer que está ahí para ella. Porque no hay nada tan divino como los signos de humanidad, proximidad y compromiso. Por eso, si puedes, en este tiempo y siempre, que tu vida signifique para quien te necesite: «sé que estás ahí». Solo eso.