Sacramentos de la compasión de Dios

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“¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sión!”: ¡Ay de los que se fían de los bienes que creen poseer! ¡Ay de los que confían en lo que han acumulado! ¡Ay de los que a sí mismos se extravían imitando una dicha que jamás poseerán!

Ese “¡ay!” es presagio de desdicha, anuncia días funestos, y resuena preñado de amarguras para quienes ignoran la soledad de los excluidos, para quienes cierran los ojos ante el sufrimiento de los pobres, no se afligen por la suerte de los que yacen enfermos y heridos a la puerta de sus casas, pasan de largo ante los abandonados medio muertos al borde del camino.

El profeta denunciaba así al que atrae sobre sí mismo la desdicha presagiada en aquel ¡ay!: “Os acostáis en lecho de marfil, tumbados sobre las camas, coméis los carneros del rebaño y las terneras del establo”. Por su parte, el evangelio lo presenta como “un hombre rico, que vestía de púrpura y lino, y banqueteaba espléndidamente cada día”.

En la intimidad del corazón, todos ellos han hecho suyo el pensamiento de aquel otro rico: “Tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea”…

Para todos es la amonestación del Señor: Imaginabas haber atesorado para ti, y no sabes para quién será lo que considerabas tuyo: ¡sólo has sido un necio! Peor aún: con lo que habrías podido labrar tu dicha, has labrado tu desdicha, y has hecho de ti un “sediento sin remedio”, un atormentado sin remedio, un necio sin remedio.

Pero tú, Iglesia cuerpo de Cristo que, despierta y sobrecogida, has escuchado la enseñanza y aceptado la amonestación profética, no olvidas tampoco lo que eres, no olvidas el misterio de tu comunión con aquel hombre pobre llamado Lázaro, no olvidas tu comunión con emigrantes y refugiados, no olvidas tu comunión con Cristo cubierto de llagas y echado junto a tu portal, no olvidas que el Espíritu del Señor te ha transformado en Cristo Jesús, y, como Cristo Jesús, esperas y confías y te abandonas al amor del Padre.

La fe te ha permitido ver a tu Señor en los que tienen hambre, en los que tienen sed, en el emigrante, en el refugiado, en el que no tiene con qué cubrirse, en el enfermo, en el encarcelado; la fe te ha permitido reconocerlo, escucharlo, recibirlo, curarlo, sentarlo a tu mesa, amarlo. La fe ha hecho de ti un sacramento de la compasión de Dios con los que sufren.

Ahora escucha el mandato: “Practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza”… “Guarda el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo”.

Pero no te limites a escuchar: practica lo que has escuchado, y serás entre los pobres presencia real de tu Padre del cielo, pues en ti, como en Cristo Jesús, él estará haciendo justicia a los oprimidos, él con tus manos dará pan a los hambrientos, con tu corazón amará a los justos, en tu compasión guardará a los peregrinos. Tú serás la despensa de tu Dios para sustentar al huérfano y a la viuda.

Tú, como Jesús, serás pan de Dios para que los pobres vivan.

Feliz domingo.