RASTREANDO EL ODIO (5)
Cuando pensamos en esos “expertos en odio”, líderes sociopolíticos del siglo XX (por no remontarnos demasiado hacia atrás), que han influido grandemente en nuestra historia más reciente, vienen a nuestra mente, sobre todo, dos grandes “líderes” de esta categoría: Adolf Hitler y Josef Stalin.
(Los siguientes rasgos sobre las personalidades de estos líderes tristemente famosos, proceden en su mayoría de las informaciones encontradas en internet, por lo tanto, no pueden tomarse como datos biográficos constatados). Por otra parte, entre los muchos aspectos “similares” en todos ellos, destaca su afán por mantener en la más absoluta privacidad sus vidas, especialmente en lo relativo a la infancia, la familia, vivienda, y, por supuesto, a sus sentimientos más personales y menos “políticos”.
Adolf Hitler (Austria, 20 abril 1837-Berlín, 30 abril 1945). Es, quizás, “el odiador por antonomasia”, el dictador más cruel del siglo XX, el asesino más detestable para una gran mayoría de personas. Pero esta percepción, obviamente, no es universal. Son muchos los que, incluso en pleno siglo XXI, siguen tras las huellas del autor de “Mein Kampf”, su obra literaria ideológica por excelencia, su “manifiesto”. Los partidos, grupos, movimientos pro-nazi, no son unas rara avis en nuestros días. Especialmente entre muchos jóvenes que siguen soñando con el nazismo acuñado y puesto en práctica por Hitler.
Pero nos interesa hurgar en la “anatomía” de la personalidad del Führer. Especialmente en su infancia, donde se siembran las semillas decisivas de la mayor parte de las personas. El niño Adolf vivió una infancia traumática, incluso trágica y terrible. Su padre, Alois, maltrató a su hijo hasta los 13 años. Toda una infancia y parte de su adolescencia. Curiosamente, Hitler comienza su obra literaria, diciendo que “mi padre era un leal y honrado funcionario”, quizás en ese juego de la conciencia del amor-odio al padre. Pero todos sus biógrafos hablan de un “respeto”, quizás lleno de pánico hacia su padre y de un “amor casi idolátrico” hacia su madre. Alois era un hombre autoritario, rígido, que, como su hijo Adolf, tuvo a su vez una infancia turbulenta: nació en un sucio pajar y nunca supo quién fue realmente su padre, mientras le cuidaban unos familiares; su madre, casada posteriormente con un molinero, nunca le aceptó como hijo, ni fue reconocido por el matrimonio, por lo que llevó siempre el apellido materno, hasta ser inscrito por su tío cuando ya contaba con 40 años: J.G. Heidler, que por un error en el Registro, terminó siendo Hitler y no Heidler.
La semilla del odio convertido en culpa (Freud) estaba bien arraigada en la vida de Alois, y como “buen odiador” necesitó transferirla, “descargarla”, precisamente en su hijo Adolf. Inconscientemente, se repetía la historia de la espiral del odio, la venganza, el resentimiento, la culpa, el complejo incestuoso, y todas las características que hemos detallado antes. Alois se convirtió en un hombre inestable, brusco, rígido, intransigente con todos y con todo. Toda la libido sexual se exacerbó convirtiéndolo en un mujeriego (podemos imaginar cómo trataba a las mujeres); ya en 1860 tuvo una hija ilegítima y en 1873 contrajo matrimonio con una mujer catorce años mayor que él (¿una sustituta del amor secuestrado de su madre?) Su perversión sexual (ya hemos dicho que bastante común en los “grandes odiadores”) le llevó a la infidelidad total hacia su esposa para mantener relaciones sexuales, ahora, con una joven mucho más joven que él. Divorciado de su esposa legítima contrajo nuevo matrimonio con otra mujer llamada Anna, fallecida muy joven, para contraer un tercer matrimonio con Klara Pölzl, de cuyo matrimonio nació su hijo Adolf, uno de los cinco hijos que tuvo con su última mujer. Un panorama digno de una película de terror, que sin embargo, llega a su cenit con los maltratos infligidos a su hijo. Por si fuera poco, Alois era alcohólico, un auténtico enfermo de la bebida, que aumentaba su agresividad y violencia hacia su hijo. Un historiador de Hitler habla de que el pequeño “era el objeto de la cólera de su iracundo padre”; y el mismo historiador (Jesús Hernández, autor de “Breve historia de Adolf Hitler”) cita unas palabras del Hitler adulto: “El propio Adolf llegó a admitir años después que su padre solía propinarle severas palizas cuando regresaba enfadado del trabajo. Pero no sólo eso, el Führer admitió que su madre sentía pavor ante la posibilidad de que Alois atacase a los niños”. Esta dramática violencia continuada influye grandemente en el joven Adolf; algunos autores señalan que su presunta “locura”, avalada por no pocos, provenía de los golpes físicos y psicológicos sufridos en su infancia; otros autores arguyen lo contrario: “reducir las decisiones de un megalómano a una infancia traumática es simplificar y justificar sus actos” (Ron Rosenbaum). En cualquier caso, Hitler se convirtió en lo que todos sabemos, un magalómano con espíritu mesiánico, cruel y despiadado, capaz de manipular las masas hasta la euforia más irracional, convencido de su trascendencia a nivel mundial, endiosado, suspicaz, capaz de eliminar a quien le hiciera sombra entre los suyos, y, por supuesto, como muchos de estos “grandes lideres odiadores”, con una sexualidad compleja, ambigua, privatizada y en muchos aspectos, patológica.
Releyendo algunos fragmentos biográficos o comentarios sobre “el gran dictador”, ironizado genialmente por Chaplin, uno no acaba de sacar una conclusión que pueda ser mediamente veraz sobre la vida íntima sexual de este “hombrecillo”. Físicamente mediocre (también como otros dictadores de su cuerda), carente de atractivo físico, con una voz desagradable y atiplada, Hitler ha sido clasificado en todos los “clubes” de las orientaciones sexuales: heterosexual, reprimido, bisexual, impotente, semi-castrado, homosexual, pederasta, etc. Su relación sexual con Eva Braun, su compañera durante años, con quien contrajo matrimonio antes del suicidio compartido y pactado por ambos, ha dado lugar a múltiples interpretaciones; pero generalmente coinciden los autores en una relación sexual “atípica”, más formal que real, en la que no hubo nunca -según algunos autores- una satisfactoria y “normal” vida sexo-genital.
Más acá de su vida sexual íntima -nos basta con conocer estos rasgos, necesariamente incompletos y hasta difusos- que pueden explicar “las raíces del odio”, las causas más recónditas de una distorsión tan inhumana de la conciencia de una persona, que le llevó a convertirse en un auténtico genocida. Definitivamente, no era un biófilo, sino un necrófilo, un amante de la muerte, el terror, y el pánico, según la tipología de Erich Fromm.