Querido y lejano señor Obispo

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Cuando acaba de nacer un nuevo otoño y se comenta lo de siempre: «que se caen las hojas», «que se ponen doradas, rojas y anaranjadas», «que hay que guardar la ropa de verano y comenzar a ventilar abrigos, guantes y bufandas»… los obispos de buena parte del mundo se encuentran con una de sus tareas más ingratas, delicadas, y, en ocasiones, posiblemente complejas. Es época de hacer encaje de bolillos porque toca «temporada de cambios de parroquias, ceses y nombramientos de curas y/o cargos diocesanos». A alguno le he oído más de una vez que es de las «cosas» más complicadas de su ministerio episcopal. Alguien me contó la anécdota de un obispo joven que le preguntaba a otro más experimentado ya en los gajes episcopales. «-Monseñor, cómo hace usted los nombramientos?»  Y la respuesta fue inmediata: «-Mal, hermano, mal…»

Y el viejo obispo seguramente tenía razón. Muchos nombramientos se hacen mal, al menos, vistos desde la barrera. Debe ser algo engorroso: curas que no aceptan un cambio, otros que andan goloseando un lugar concreto que quizás no sería el más apropiado, «huecos» que cubrir como sea y a coste de lo que sea… ¡No quisiera estar bajo la mitra de ninguno de nuestros obispos! ¡Y mucho menos en esta época de cambios, (¿cambios de cromos?, a veces), recambios y remodelación  de un tablero de ajedrez donde quizás no muchos quieren ser peón y no son tan pocos los que anhelan (tácitamente, o no) ser alfil, caballo o torre. Lo de rey o reina, siempre es más lejano e inasequible.

Pero yo a veces me pregunto, no muy cándidamente por cierto, por qué nuestros obispos no consultan más a la gente, no sólo al cura en cuestión -el que se traslada o el que es trasladado- sino también a los laicos de las parroquias al respecto; al menos, a «algunos laicos y laicas» que pueden y seguramente tienen algo o mucho que decir. Preguntar por perfiles, actitudes o aptitudes, modelos de entender la Iglesia, biografías… ¡qué sé yo! ¿Para qué están los Consejos parroquiales, si es que están? ¿Cuándo se tomará más en serio la opinión legítima y contrastada del pueblo de Dios? De pronto te cae en paracaídas un cura que «ni está (en el sentir de nadie) ni se le espera»… que puede ser un santo varón, pero que tal vez no es el más idóneo, el que más «garantías» tiene de encajar en esa casilla del inmenso tablero diocesano. ¿No es esto corresponsabilidad y sinodalidad de la que tanto pide Francisco? No se nos consulta, en general. Ni a los curas, ni a las monjas, ni mucho menos a los laicos. Ni para el nombramiento de un nuevo párroco, ni por supuesto, -¡oh insólito atrevimiento!- para la designación  de un nuevo obispo ¿Seremos cristianos de categoría inferior? ¿Tan difícil es sondear el ambiente, asesorarse bien, dejar a la gente presentar ternas o listas, sugerencias al menos….? ¿O habrá que reeditar aquel viejo libro del jesuita Calzada que se titulaba: «Querido y lejano señor Obispo»?

1 COMENTARIO

  1. Y como siempre la receta se llama DIALOGO. El diálogo se ha convertido en monólogo. En la era de la tecnología oímos muchas músicas y opiniones (en internet, en la tv, en el washapp, en la radio, en el e-mail…) oímos pero NO ESCUCHAMOS. Para estar cerca del corazón del ser humano hay que escuchar, pararse a dialogar, preguntar, indagar y salir, salir al encuentro. Si nuestros obispos hicieran todo esto antes de tomar decisiones, si salieran y escucharan acertarían más aunque humanamente todos podemos equivocarnos. Si cada uno de nosotros escucháramos más al ser humano y fuéramos más DIALOGANTES, mejoraría nuestra CONVIVENCIA Y quehacer de cada día. Pero somos de opiniones fijas y cuánto cuesta cambiar y dar la razón al que tienes al lado. Que aprendamos a ser más cercanos y dialogantes cada día, en nuestra Iglesia y en nuestra SOCIEDAD.

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