Poquito a poquito

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Cada día me voy convenciendo, con mayor certeza, y movido por tantas informaciones verosímiles, que la deseada y tantas veces prorrogada reforma eclesial que enarbola el papa Franciso, no interesa a demasiada gente de Iglesia. No sólo no interesa, es como si no apeteciese, como si fuese algo tan serio, tan gordo, tan alucinante, que es preferible permanecer en la inercia, la acedia y la rutina lastimera del cada día trae su afán, pero no precisamente el afán renovador. Incluso más, nos quedamos un tanto boquiabiertos y doloridos por las reacciones en contra, en ocasiones claramente de torpedos de guerra, dirigidos hacia el mismo corazón del Papa; y lo que puede ser peor, capitaneados por clérigos de postín, con cargos y prebendas de primera categoría, del entorno más inmediato del Obispo de Roma. Es como una cruzada anunciada por no sé quién y seguida por tampoco sé cuántos. Es triste. Lo califico como de enfrentamiento a los signos de los tiempos, a la necesidad tan evidente para muchos de que la Iglesia, una vez más, tiene que aggiornarse. Por no atreverme a decir que es una oposición frontal al Espíritu que, ya lo sabemos, sopla cuando quiere, en quien quiere y cuando menos lo esperamos.

Hace algunas semanas, el cardenal Secretario de Estado, Parolin, manifestaba que una mujer podía ser secretario (o secretaria) de Estado. Se dispararon todas las alarmas de las defensas de las tradiciones y la integridad intocable de la estructura eclesial. Días más tarde, a preguntas o interpelaciones de un grupo de Superioras generales de órdenes religiosas, mujeres por tanto, Francisco estimó la posibilidad de crear una posible comisión para analizar en profundidad, desde la historia, la Escritura,  y desde la mejor Tradición teológica, los ministerios ejercidos por las mujeres en las primeras décadas de la vida de la Iglesia; las llamadas diaconisas. Una vez más se abrieron las cajas de todos los truenos que retumbaron con inexplicables alaracas. Era simplemente la respuesta a una preocupación sin duda legítima de un grupo eminente de religiosas consagradas; se trataba de crear simplemente una comisión de estudio; y, en último caso, ya lo sabemos: el ministerio del diaconado para hombres, casados o no, permite únicamente la celebración de dos sacramentos: el bautismo, y la presidencia como ministro de la Iglesia en el sacramento del matrimonio, del cual son ministros los cónyuges y no el sacerdote o el diácono, testigos cualificados del mismo, ciertamente. Pero enseguida pensaron las cabecitas guardianas del orden y la ortodoxia: «éste es el primer paso, se empieza así y se termina ordenando sacerdotes (o sacerdotisas) a las mujeres» ¡Peligro, cuidado, precaución, riesgo….!!!!

La mujer sigue sin ocupar un lugar adecuado, teológicamente, en la vida eclesial. Apenas están presente en los ministerios de gobierno y toma de decisión de la Iglesia. No entro en el tema de si pueden o no ser ordenadas sacerdotes; eso se lo dejo a los teólogos. Yo no lo soy. Pero, ¿cómo puede entenderse que en nuestras diócesis, en nuestras parroquias incluso (pero quizás menos) las mujeres «no pinten nada» a la hora de tomarse decisiones importantes? ¿es que nuestra Iglesia sólo puede ser presidida en el ministerio del servicio a la Comunidad por varones, y además, célibes? ¿qué sería de nuestras comunidades sin las mujeres? La mujer tiene mucho que aportar en la Iglesia; su ternura, su delicadeza, su inteligencia indiscutible. Pero su presencia eclesial sigue diferiéndose ad kalendas graecas.

Tengo un amigo que siempre dice: «Poquito a poquito, para casa de Manolito». No sé quién es el tal Manolito ni falta que hace. Pero, ¿no se pueden ir dando pasos para lograr una mayor presencia de los laicos y laicas en las estructuras de gobierno y toma de decisiones importantes en la Iglesia? ¿O es que la Iglesia sólo pertenece a clérigos varones? A veces confundimos el ministerio ordenado con las funciones o roles que se ejercen. Una mujer, ¿no puede ser administradora de la economía de una diócesis, o canciller-secretaria, o secretaria personal de un Obispo? Una monja, ¿no puede detentar el ministerio de presidir una comunidad? Ya sabemos que «no son curas», pero el ministerio pastoral es muy amplio y los curas no pueden sentirse los «dueños» de las parroquias, de las comunidades. Ni los obispos, tampoco.

Se pueden ir haciendo cosas, «pequeñas reformas» que no sean tan estridentes que molesten e irriten a las mentes más cerradas. «Poquito a poquito…» ¡para que la Iglesia sea más de todos y de todas! Yo creo que se puede hacer, pero no estoy seguro de que se quiera hacer.

1 COMENTARIO

  1. SOMOS LA IGLESIA , SOMOS LA IGLESIA,
    SOMOS LA IGLESIA DEL SEÑOR.
    HERMANO VEN Y AYUDAME, HERMANA VEN Y AYÚDAME
    A EDIFICAR LA IGLESIA DEL SEÑOR…
    Tú, yo, él, ella…separados no somos nada. NOSOTROS Y NOSOTRAS unidos hacemos la Iglesia y el camino de la SOLIDARIDAD.
    Poquito a poco en cada iglesia particular se deben ir dando pasos para que laicos y laicas aumenten su presencia Y RESPONSABILIDAD en la toma de decisiones y de saber hacer en la Iglesia. No me cabe duda. La mujer tiene un gran papel en la iglesia y debemos ir abriendo senderos para que la Iglesia reconozca y vaya abriendo campos donde la mujer eclesial tome sus decisiones.
    Que con nuestras actitudes sepamos ser abiertos y nuestra iglesia sea igualitaria, que juntos ellas y ellos, vosotros y vosotras hagamos un gran NOSOTROS Y NOSOTRAS para la FRATERNIDAD.

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