“PERLAS” DE SINODALIDAD

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Recientemente en una iglesia local sucedió lo siguiente. Un grupo de laicos activos y preocupados, quisieron formarse en algunas cuestiones de bioética y así entraron en contacto con un profesional, bien formado, que pudiese ofrecer con sensatez y paciencia esos complejos contenidos. Una vez concretado, quién y para qué, lo presentan al párroco. El párroco, un consagrado veterano con décadas de entrega a la misión, con criterio, toma nota y le parece bien teniendo en cuenta que no es un acto para toda la parroquia y que responde a cuestiones con las que las familias constantemente han de enfrentarse y responder. Todo va bien hasta que se publicita. Aquí aparece un “parroquiano afiliado a la híper ortodoxia” que aprovecha la oportunidad para hacer valer su “estar más cerca del Dios verdadero” y llama al obispado para denunciar.

Al igual que todos los obispados tienen obligación moral de tener oficinas de atención para personas que han sufrido abusos, deberían tener un espacio para escuchar a estos hombres y mujeres que se creen en posesión de la verdad y practican el deporte de acusar a sus hermanos. Pero no existen estas oficinas terapéuticas. Y en el caso que nos ocupa, resulta que la denuncia llegó hasta un pastor, que lleva pocos cuartos de hora siéndolo. Lo cierto es que el pastor, con minúscula, llamó por teléfono al párroco y, sin preguntar cómo estaba, aprovechó para darle una clase de sinodalidad sui géneris. A su manera, con terminología de cocina, pero dejando claro quién mandaba. Entre otras lindezas le dijo que “menos mal que le quedaba poco de párroco”, que “los religiosos siempre creando problemas y viviendo una iglesia paralela…”, o sea, clima de comunión y confianza a borbotones.

Si traigo a colación esta anécdota es porque me temo que está mucho más presente de lo que queremos reconocer, y porque el camino sinodal de escucha paciente de una sana pluralidad es un arte que no sé si estamos dispuestos a practicar. Si traigo a colación este hecho es porque en la historia reciente nos hemos acostumbrado a hacer y jalear titulares sin mucho análisis para saber si responden a la vida.  Sinodalidad es mucho más que sentarnos en una mesa redonda, es un cambio de corazón. Si traigo a colación este suceso, es para mostrar que la tarea de escucha, complementariedad, enriquecimiento mutuo y santidad, es cuestión de conversión pastoral, de nuevas actitudes, no solo de estética.

Y, por supuesto, no me parece de recibo que se den en ninguna iglesia local dos anti signos de auténtica comunión. Uno de ellos es que a nadie, el Espíritu Santo, le está dictando al oído lo que es verdad, valioso y verdadero… Si alguna vez hemos (de)formado para convertir a unos en acusadores de otros, es buen momento de dejar de hacerlo, y cesar a formadores y formadoras. Y, dos, que hay que crecer en la eclesiología agradecida, sana, plural y fecunda… ¡Por favor, pastores que crean en el Pueblo santo de Dios, porque forman parte de él!