viernes, 19 abril, 2024

PASEMOS POR LA VIDA PATINANDO… COMO DIOS

(Rosa Ruiz). Me gustaría seguir descubriendo “pistas” para este tiempo nuestro, para el post-COVID (si es que alguna vez podemos hablar de “post”), para la vida “normal” que queramos recuperar y mantener. Y especialmente, pensando en la Vida Religiosa.

Hoy el texto es un poema de Ana Blandiana. Entre tanto pavor por desescalar me parecía que un soplo de aire fresco nos vendría mejor. Y la poesía siempre ayuda a respirar. Éste lo descubrí en una selección de Iván López Casanova (Pensadoras para el siglo XXI. Amar, comprender y transformar el tiempo presente, Rialp, Madrid 2017):

Ellos pasan patinando

con los auriculares retumbando en sus oídos,

y los ojos clavados en las pantallas,

sin advertir que las hojas caen, que los pájaros se van,

ellos pasan patinando,

mientras que, por encima de ellos giran las estaciones

las vidas,

los años y los siglos,

sin entender qué es lo que pasa.

Ellos pasan sobre patines,

por entre las sombras de la realidad

que creen que existen

y entre personajes que piensan que son hombres,

mecanismos creados por otros mecanismos

a su imagen y semejanza,

mientras, Dios desciende entre ellos

y aprende a patinar

para poder salvarlos.

(Ana Blandiana, “Sobre patines”, Mi Patria A4, Pretextos, Valencia 2010, 67).

Sí, somos de los que pasamos la vida patinando con auriculares o viviendo sobre patines. Cada cual nómbrelos como mejor quiera. Y no es bueno, ni malo. La vida es. La Iglesia es. Pero no basta.

Dios aprende a patinar para poder salvarnos. Desciende, aprende, patina. Tres verbos que bien quisiera para mí y para nosotros. Quiero una Iglesia (una Vida Religiosa)

que desciende (porque siempre en algo estamos muy altos…)

que aprende (porque descubre que no sabe tantas cosas…)

que patina (porque elige pasar por uno de tantos, como Dios mismo

Patina, escucha música, lee, ríe, pasea, se equivoca, abraza, pide perdón, reza, disfruta, llora, lucha, hace la comida, cura, besa, baila, canta, celebra, acompaña, contempla, grita, calla, cose… En definitiva, todo aquello que hacen todos a los que Dios quiere salvar y a los que nos envía. Todo aquello que difícilmente estará nunca recogido en un documento capitular o en la programación del sexenio.

Pero que, misteriosamente, nos acerca más a Dios. A su imagen y semejanza.

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