NÚMERO DE VR, JUNIO 2021

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A vueltas con los jóvenes

No deja de ser recurrente. La relación de la Iglesia con las generaciones más jóvenes de la sociedad, aunque buscada, está en crisis.

Es innegable el esfuerzo de todos. Infinidad de encuentros y textos sobre pastoral juvenil. Documentos, acuerdos y cambios de estilo. Una Exhortación Apostólica que proclama con claridad que Cristo vive en el corazón y la mente de los más jóvenes. Todo cierto y real, como cierto y real que la «brecha de la Iglesia con los jóvenes» no ha disminuido, sino que se hace insorteable. ¿Qué está pasando?

Sería irresponsable querer aclarar esta cuestión en unos pocos caracteres. Pero algunos indicadores nos pueden hacer pensar. No es exagerado afirmar que estamos en un largo final de ciclo al que le está costando amanecer. Aunque llevamos tantos años del siglo XXI, la pandemia nos ha dicho que apenas estamos comenzando el nuevo siglo. La misma pandemia nos ha propiciado que se hagan fuertes rasgos antes solo latentes en los más jóvenes: una solidaridad insospechada, una expresiva vuelta a la atención de los mayores, una valoración del voluntariado y la asunción de la sostenibilidad y la ecología integral… Emergen signos de una juventud mucho más desligada del bienestar y progreso; con otro concepto del tiempo y el bien común. Es verdad que no son todos. No se puede generalizar. No hay juventud, sino jóvenes con su historia, trayecto y búsqueda como nos dice Francisco. Pero queremos fijarnos en los jóvenes que se toman en serio su historia y por ello la historia de sus semejantes. Están participando en incontables lugares donde se cuestiona la vida y la esperanza; están sosteniendo la protesta de los más débiles frente a la opresión: lo hemos visto en Nicaragua, en Myanmar, en Chile, en Brasil, en Colombia, en Rusia… en tantos rincones de nuestro mundo. Cuando hablamos de los jóvenes no estamos refiriéndonos solo a los que tienen su presente y su futuro resuelto, sino a los que son muy conscientes de que su historia está sin escribir, y han de ser protagonistas de ella. Entre ellos están los jóvenes que han crecido bajo la luz de los carismas. Muchos han dado el «do de pecho» en este tiempo de pandemia. Han multiplicado su voluntariado y sus ganas de dar. Algunos –según me cuentan– han sido el aliento y la fuerza de sus hermanos o hermanas consagrados. Cuando ellos decaían, siempre aparecían a deshora como Nicodemo, recordando que Jesús no tenía descanso ni desaliento. En buena medida, han ayudado a sostener el carisma en este tramo de la historia que tanto nos ha quebrantado.

Mientras tanto, en todas las comunidades consagradas, al ritmo de la oración litúrgica, están hombres y mujeres entrados en años pidiendo al Dueño de la mies, una y otra vez, que vengan. Que por favor vengan y no tarden.

Me reconocerán que el ritmo de esperanza se mantiene milagrosamente intacto, aunque internamente vaya haciéndose fuerte el temor de que no vengan. Que no será posible. Incluso alguno o alguna se preguntará ¿es que ya no escucha nuestra voz? ¿qué va a ocurrir?

Conforme te vas haciendo mayor, vas descubriendo –para bien– que el Señor no abandona nuestros pasos, y también vas encajando que nada es y será como lo habíamos calculado. Por eso, ahora lo que toca es una pregunta personal y un discernimiento comunitario. La pregunta es si los jóvenes tienen que venir, o si habremos de desplazarnos a su encuentro. El discernimiento es que si tanto nos importa, si además vemos que es una responsabilidad de comunión y misión, ¿qué podemos y debemos hacer? Y lo que me parece más importante, ¿qué debemos dejar de hacer? O lo que viene siendo igual ¿qué es lo que no estamos permitiendo que se vea de nuestros carismas? Quizá convenga subrayar, por enésima vez, que la cuestión no es hacer cosas, ni convocar encuentros de relumbrón, ni de creatividad excelsa en TikTok, ni de disimular esfuerzos ni, mucho menos, ofrecer seguridad… Me da que la clave reside en ofrecer vida que pueda ser vivida por personas que valoren el tiempo y sepan dar protagonismo en el encuentro. La clave está en hombres y mujeres que sepan y puedan ofrecer hogar… Y ahí está nuestro añadido a la brecha… estamos ofreciendo, pero lo hacemos muy solos. Y se nota.