NÚMERO DE VR, ENERO 2022

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Otros lugares

Lugar se refiere tanto a un sitio o espacio físico, cuanto a la función que una persona desempeña. Por ello me parece oportuno que empezar un año para la vida consagrada pasa por otear y desplazarse a otros lugares.

Lo hemos dicho muchas veces y, sin embargo, seguimos donde siempre, con los mismos estilos, celebrando quinquenios, sexenios, decenios… Pero sin un desplazamiento efectivo no habrá novedad. No puede haberla.

Y habrá quien se pregunte ¿y por qué otros lugares? Y la pregunta seguro que es honesta y busca el bien. Habrá que responder, también con honestidad, que el cansancio de lugares físicos y estilos de convivencia, animación y liderazgo pueden llevar a una situación de colapso a no pocas comunidades y a algunas congregaciones no tardando.

Empezamos un año esperanzador, pero con un compromiso evidente de ir transformando los «lugares congregacionales» con la visión puesta no en los 365 días próximos, sino en el año 2030. Sin ese ejercicio de compromiso; sin la toma de decisiones para que en ese horizonte tengamos vida… reducimos nuestro servicio misionero a un estirar mientras «el cuerpo aguante», independientemente de la calidad con que se haga. Y las consecuencias, lo estamos viendo, pueden ser graves

Los frentes parecen muchos y diversos. Ahí es donde las líderes y los líderes de las congregaciones han de hacer un ejercicio de síntesis digerible, esperanzador y, a ser posible, sin sobreactuación y con poco protagonismo. Pero han de estar. Este tiempo es el de la formación para el liderazgo y ha de hacerse a conciencia en clave sinodal, esto es, intercongregacional. La tentación es seguir haciendo «nuestra guerra particular» pensando que así se salva la bandera del carisma de la originalidad. El Espíritu está hablando, claramente, de otros lugares y estilos que hemos de escuchar y acoger. El papa Francisco insiste en esta perspectiva. Sus palabras resuenan en todos nuestros escritos y oraciones. Afirma él: «Es la tentación de pensar solo en protegerse a sí mismo o al propio grupo, de tener en mente solamente los propios problemas e intereses, mientras todo lo demás no importa. Es un instinto muy humano, pero malo, y es la última provocación al Dios crucificado». ¿No será el gran momento de la Vida Consagrada para hacer creíble su palabra? ¿No estará significando este tiempo que necesitamos un gran desplazamiento para que los carismas se liberen? ¿No será el momento de dejar, vender y dar a los pobres para no recuperar jamás lo que nos asegura y aprisiona? ¿No será el tiempo de que un grupo de hombres y mujeres inauguren espacios nuevos que, sin necesidad de explicarlos, resuenen en el corazón de nuestros contemporáneos como fraternos?

Desplazarnos a otros lugares es muy arriesgado y no está garantizado que no nos haga sufrir. Tenemos mucha edad, mucha historia y muchas historias. Todo forma parte de un trayecto sincero –en su conjunto– de fidelidad carismática. Por eso no puede convertirse en una propuesta agresiva o amenazante. Ha de ser persuasiva y, a ser posible, emocionante. Ahora bien, no desplazarnos garantizará el final. No repentino, sino de manera lenta y dolorosa por carencia de horizonte y falta de vida. Las presencias apostólicas que hoy anuncian nuestros carismas, pueden estar sostenidas en el estrés y soledad de los consagrados y consagradas que las dirigen; las comunidades, que son el pulmón de esas presencias apostólicas, pueden ser expresión de fragmento, ruptura y funcionariado. Hemos de ponernos a soñar. Tenemos que hacerlo juntos, sin exclusiones, ni exclusivismos. Tenemos que diseñar otro escenario. El actual está agotado. Contamos con el Espíritu que es la novedad. Pero no daremos un paso hasta que no experimentemos la intemperie y la novedad de «otros lugares». Hasta que no volvamos a la libertad del discipulado.