sábado, 20 abril, 2024

NÚMERO DE VR, DICIEMBRE 2022

Cada vida es arte. No hay dos iguales

Al menos, no debería. Y aquí radica una de las dificultades mayores de los consagrados: la tensión por hacernos iguales o, parecerlo. Sin embargo, la vida, por serlo, es una obra de arte siempre única, inédita y misteriosa. Aceptarlo en uno mismo facilita poder hacerlo con otros u otras. ¡Cuántas veces nos hemos sorprendido sintiendo o haciendo algo que nos parecía imposible! Sencillamente, es arte del cual no conocemos ni todas las raíces, ni dependencias. Arte para admirar, contemplar y reconocer. Arte para permitir que brille, luzca y dé vida con rasgos propios: ni proyectados ni añadidos.

El final de año es una etapa interesante para hacer balance de nuestra capacidad artística. Se acumulan los recuerdos, compromisos, luchas y, sobre todo, personas, que a lo largo de un año, de vacilante pospandemia, contribuyen con acentos especiales a esta obra de arte que tú y yo somos.

Es imposible e imprudente generalizar cómo han de ser vividos todos los recuerdos del paso de un año. A veces, no se crean, lo hemos intentado en la vida consagrada. Somos tan «creativos» o ingenuos que hemos decretado que había que vivir alegría o tristeza dependiendo de quien tuviera la batuta –que no liderazgo– y su estado de ánimo. Hemos llegado a decir, con palabras y silencios, –sobre todo silencios– que quien no riese o llorase con el «coro risueño o llorón» le faltaba buen espíritu comunitario o congregacional. ¡Tantas veces!, hemos podido reducir la aventura maravillosa de creatividad del Espíritu, que es cada consagrada y consagrado, a un número, una pieza, un peón de ajedrez o un problema…porque nos falta calidad para contemplar y valorar el arte de Dios. Nos falta visión de familia y nos sobra deformación mercantil. Lo paradójico del asunto es que los más «ciegos», somos los que nos extrañamos de la «sequía vocacional». Como si la vida sin arte pudiera engendrar vida y vocación.

Lo dicho. Al final de este año. Cada uno y cada una con el arte de Dios, ha de hacer su balance. Ha de sopesar los baches del camino, cómo los ha sorteado o ha caído. Y, principalmente, cómo en cada uno de ellos experimentó la mano suave de Dios encarnada en la fraternidad. Es también un momento delicado para agradecer. Tanta riqueza recibida no puede quedar en el olvido. No es un año más, es el año recién concluido en el que todavía el «pan caliente» del don de la vida nos ha alimentado a través de la Palabra y las palabras de los hermanos y hermanas; a través del encuentro y la luz que cada persona desprende… Es el año en el que también nos ha visitado la guerra, la división y el hambre… y una vasija con arte –cada consagrado– ha sentido cómo le ha saltado un borde, un esmalte o le ha salido una grieta… por la que se le derrama, sin perderse, parte de la esperanza. Seguro que es un año donde también nos visitó la debilidad, la enfermedad, la ausencia, la pena y el conflicto… ¡Qué difícil es vivir la negatividad con paz! El arte es permitir que cada hermano y cada hermana, haga su duelo y saber permanecer a su lado, inspirando, sin forzar, la salida de un túnel por el que todos hemos de pasar.

Ciertamente, es un año en el que algunas palabras han resonado con especial fuerza. ¿Quién no ha oído o ha leído o celebrado algo con el apellido sinodal? ¿Significa lo mismo para todos? Como obra de arte, has de preguntarte qué significa para ti y qué disposición nueva te ha dejado.

Hay palabras escabrosas que existieron siempre, pero en el año que acaba nos han golpeado de manera cruel. Una de ellas es la palabra abuso. ¡Qué camuflada y escurridiza! ¡Cuántas formas y estilos cuestionados y, hoy, devaluados! Si algo tiene de bueno esa palabra es que nos ha hecho a todos más conscientes del valor de la vida, el servicio a la vida y la celebración de la vida. Si algo ha logrado es que en este año que acaba, quien más y quien menos, ha entendido que cada vida es arte, que no hay dos iguales, que la gracia se regala no se impone y que la vida consagrada es arte de fraternidad para personas que saben querer. Que Dios es artista y consagrarse es leer la vida con arte, que no manda, ni impone; contempla, acoge y cree.

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