Tener fe es otra cosa
No sé muy bien por qué me acuerdo ahora de lo que al borde del inicio de siglo, un grupo español de rock cantaba poniendo título al nuevo milenio. Sencillamente decía: «Depende». Una gran verdad que refleja bien cómo se han ido ordenando decisiones, adhesiones y rupturas. Ya, en el interior de la canción aparecía una frase bien solemne:«De según como se mire, todo depende». Se me ocurre que algo así nos pasa con la Pascua. Depende de cómo se mire. Es un asunto de visión. Es, ni más ni menos, una cuestión de fe.
Amanece la luz para el que sabe verla. Brilla la vida para quien se ha animado a agradecer la respiración. Empieza una oportunidad para quien está firmemente motivado para intentarlo. Pero no nos engañemos, la vista, el agradecimiento y la motivación necesitan la fe para dinamizarse y hacerse posibles.
Nos preocupa mucho la sucesión de acontecimientos y tiempos sin que sean integrados desde la experiencia creyente. Ahí y no en otras cuestiones de relevancia o representatividad radica la tarea de la vida religiosa de esta etapa: Acoger la vida desde la fe. Sin ella, hasta la Pascua se transforma en pura fecha cronológica, antesala del final de curso o preanuncio de vacaciones. Efectivamente, todo depende de cómo miremos y de cómo andemos de visión.
No tiene la vida religiosa carencia de grandes obras. Incluso algunas de ellas heroicas, con notoriedad y publicidad. Pero no en todas ellas hay visión. No siempre rige las decisiones la fe, la confianza en la resurrección o los valores que trascienden este espacio y este tiempo.
No son días para ver todo maravilloso cuando hay situaciones dramáticas, o para creer que las dificultades diarias son solo espejismos. Todo es real y la dureza de la vida es el campo de juego en el que desarrollamos la existencia. Pero quien tiene fe, sabe que no todo está ahí y que es posible asomarse a la ventana de la vida sin los prejuicios que ha ido acumulando. Sabe que todo lo que no tiene color tiene su referencia en el color; que lo que vive a medias o es recuerdo o es anuncio de la vida en totalidad. Sabe, porque lo ha escuchado íntimamente, que lo suyo es otra cosa. Y por eso experimenta cómo al oír el anuncio de Pascua pierden pasión y presión otros anuncios y reclamos. Vive sin competir, se alegra del éxito de los demás, se inicia en la escucha, comprende a quien todavía no ve, intenta pronunciar palabras de vida y reconocimiento, adquiere conciencia de familia universal… incluso, aprende a rezar olvidándose de sí. Quien ha sentido la brisa fresca de la mañana de Pascua se siente con fuerzas, por débiles que sean, para agradecer la vida, el alimento, los otros y la paz.
La vida religiosa está convocada en la Pascua. Para recrearla y ofrecerla. No tiene que preocuparse de cómo contarla, sino ocuparse de cómo la va a vivir. Cuando se anima a compartirla en la pequeña comunidad de testigos, –los que pasaron del miedo a la fuerza–, adquiere unas posibilidades insospechadas para extenderse y prolongarse.
Siento, con todo, desencantar a quienes se animen a programar esto para que otros lo vivan. Esto de la Pascua no va así. No hay empresa de marketing que nos proporcione esta experiencia, si no la tenemos. Como tampoco hay mensaje de tweet que la contenga. No consiste en un «me gusta» o un golpe de suerte. Tener fe, es otra cosa. Es ver… de otra manera.