NÚMERO DE VR, ABRIL 2023

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Tensión profética

Normalmente ante las situaciones críticas intentamos generar respuestas. Indica esto que la vida consagrada no está muerta, ni mucho menos. Pero hay algo que resulta muy desconcertante y es que esas respuestas, frecuentemente, no están sirviendo para inyectar tensión profética.

Quizá son propuestas que nacen de un voluntarismo que, consciente o inconscientemente, nos impulsa a tratar de hacer revivir a la fuerza, lo que ayer fue “nuestra fuerza”. Sin embargo, aunque pueda aparentarse cierto corporativismo, no se respira tensión profética. Porque esta no consiste en acciones, ni en programaciones. No se apoya en programas estéticos que no nacen de la vida y solo entretienen la vida.

La tensión profética no se improvisa. Se inscribe en la fe y desde la fe. Es la expresión vital de quien ha descubierto el sentido de su vida en el Evangelio y así lo manifiesta. No, no necesitan nuestras comunidades motivaciones artificiales y efímeras para encontrarse; sino recuperar el gusto del encuentro. No podemos seguir confundiendo leer o analizar textos sobre la reconciliación, con lo que supone el perdón en la vida; o con la sinergia y la complicidad que conlleva compartir el carisma. No podemos seguir creyendo que las puertas se abren y la pobreza se abraza a base de titulares o canciones, sin que caigan muros, estilos y costumbres. No podemos seguir ignorando que para que exista tensión profética, consagración y vida entregada, ha de haber experiencia de amor. O lo que es lo mismo, que los consagrados celebren vitalmente que saben querer y son queridos, porque sin esa experiencia es una quimera la fraternidad, el desarrollo humano, la espiritualidad y la alegría.

No podemos seguir confundiendo tensión profética con hacer cosas, o convocar reuniones, o celebrar congresos. Nos estamos jugando mucho. Nunca como ahora nos hemos asomado a una ventana con una sensación de vértigo tan evidente. Caben quizá dos opciones que, a mi modo de ver, nos representan. Una es gastar la energía que queda sosteniendo, atendiendo inclemencias, parcheando y así, intentar que las cosas duren mientras el tiempo pasa. La otra opción es detenernos, preguntarnos y responder: ¿Qué queremos vivir? ¿Qué necesitamos vivir?

Es un itinerario incierto. Desconcertante y absolutamente desconocido. Es un trayecto no hecho porque es nuevo, es para este presente. Es el camino de la Pascua, apoyado en el desconocido y sorprendente poder del don de la vida que ahora renace.

No debemos conformarnos con más de lo mismo. Con sustituciones previstas y previsibles. Hay que levantar proféticamente la voz y exigir que se escuche. Nunca, en ninguna circunstancia, se alcanza la tensión profética con la victoria dialéctica de la argumentación, ni con la aparente sumisión del silencio. Ambas realidades nos han traído y nos traen muy malas consecuencias de abuso, descrédito y, a largo plazo, de muerte. La tensión profética nos obliga a escucharnos, a no darnos la razón por motivaciones de compensación o para quitársela a otros. Nos obliga a contemplarnos y descubrir qué impulso misterioso del Espíritu sostiene cada vida. La tensión profética nos clama en la riqueza vocacional que es cada hermana y hermano. En sus silencios y búsquedas. En sus verdades y ambigüedades. Por eso, la tensión profética se hace fuerte en una comunidad que sueña su día a día y no lo impone o da por supuesto.

Porque tensión profética se manifiesta en quien no se conforma y experimenta íntimamente que solo le importa Dios y su Reino. Es el clamor de la Pascua que posibilita ver la realidad como es, incierta y enferma, pero caminando confiada hacia un porvenir desconocido, pero de Dios.

Sí. Lo que necesita hoy la vida consagrada es tensión profética. Solo anhelo de profecía. Gastarse en otros derroteros además de cansarnos triste e inútilmente, desperdicia un tiempo de bienaventuranza que los consagrados están llamados a contagiar en el mundo. Un tiempo para el que, además, no nos queda mucho tiempo.