Número de febrero de VR

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Ser la ternura de Dios (Editorial)
Febrero se ha convertido en el mes de la vida religiosa. Al menos, una vez y un día sirven para que todos los cristianos reconozcan y agradezcan esta particular forma de seguimiento. Sin embargo, nuestra mejor noticia es no ser noticia. Porque lo más original y escondido; lo menos perturbado y más limpio de la vida religiosa radica en su parte oculta: cada persona consagrada en su adhesión sincera al Reino. Esto no suele ser llamativo frente a los grandes titulares de nuestro mundo informado. Por eso ante críticas y silencios; omisiones o, incluso, desprecios, la vida religiosa debe estar serena. No en vano es una forma de vida que “sabe de quien se ha fiado” y Dios mantiene intacto su amor.
Muchas veces me pregunto si es justo nuestro afán reivindicativo de lo que somos. Si cuando nos sentimos atacados o tratados con poca justicia, en realidad no estamos dejando aflorar que somos hijos e hijas de esta era que, ante todo, buscan reconocimiento social. Por eso, quizá me ha dolido cuando algunos pastores sólo se han remitido a la vida religiosa cuando tienen que hablar de la Iglesia que es caridad, o que enseña en la escuela o sana en un hospital, o está al lado del pobre… He creído y así lo he manifestado que es una burda utilización del carisma, sobre todo cuando el resto del tiempo se juzga a los mismos religiosos y religiosas por sus edades o debilidades; por sus hábitos o por su carencia de ellos, por sus formas o porque, una vez más, tienen que suprimir una comunidad por escasez de fuerzas. Con la mano en el corazón creo que es un error y que la única razón para sentirme dolido debería ser la constatación de mi incoherencia; las deficiencias que percibo en la obediencia a la misión o las ocasiones en las que los gritos del pueblo no se oyen dentro de la vida religiosa porque tenemos “muy alto” el volumen de nuestros ruidos organizativos para ser más eficaces o efectistas.
Sin embargo, al celebrar un año más la Jornada de la Vida Consagrada, se constata que la vida religiosa goza de salud. Está encajada en su tiempo y su historia, supera, día a día, añoranzas y siembra –que es su tarea– esperanzas para un tiempo nuevo. Se la descubre consciente de su edad y, cada vez más, convencida de que su sitio se llama providencia. Ha asumido un leguaje común que también es misión común, por eso su vitalidad es la de la familia, el laicado, el sacerdocio y la jerarquía. Trabaja para lo realmente importante, que no es perpetuarse, sino garantizar la misión. Va perdiendo el pavor a perder el poder, porque en medio del lenguaje de los poderosos los signos de debilidad son los que transforman. La vida religiosa está encantada de atreverse a relativizar sus procesos porque ha comprobado que los procesos de Dios no son los nuestros; por eso la radicalidad de los votos se resume en la caricia a un enfermo, la acogida a un anónimo o la escucha a un diferente. Ha supe-rado la vida religiosa la ingenuidad de creer que el envoltorio ya salva, por eso ha encarnado que se puede ser santo en cualquier contexto, siempre y cuando en él, se dé la cara por la justicia y la verdad. También ha perdido la esclavitud de los números, porque sin personalización no hay fe, ni comunidad, ni seguimiento, ni compromiso, ni vida…
Es necesario reconocer en esta Jornada de la Vida Consagrada, que los núcleos de interés de los religiosos no son muchos… En realidad, sólo es uno: trasparentar la ternura de Dios. Sólo, ternura. Frente a todo escepticismo: ternura. Frente a todo raciocinio: ternura. Frente a todo cálculo de quien merece o desmerece: ternura. Esa es la carga y encargo evangélico, ser y estar en el mundo, para hacer posible la ternura de Dios. Ese es el misterio que mantiene la presencia de la vida religiosa, por ejemplo, en Haití olvidado o Siria derruida; en América Latina silenciada o en Europa gastada y acostumbrada… Esa es la cara y la cruz que convierte nuestra forma de vida en un signo imprescindible para nuestro tiempo. Y con tanto que hacer, con tanto que gozar y compartir… la Jornada de la Vida Consagrada se convierte en un anuncio de esperanza para todos, una invitación a sumar. Y no es «buenismo», sólo es sentido común y Evangelio.