«No os dejéis robar la misión»
La lectura de las palabras del Papa Francisco para la vida consagrada se resumen en un explícito «Alegraos». O lo que es lo mismo: ¡dejad de pensar en vosotros! ¡comprometeos¡ responsabilizaos!, ¡estad en el lío! El camino de la vida religiosa se escribe en la realidad, en parajes complicados, con ruido y, por tanto, con vida. Allí donde la vida brota, o se condiciona; donde la paz se celebra o rompe; donde la fraternidad sacia o el robo provoca el hambre; donde el amor se cuida o se confunde con el comercio; donde se contempla la infancia y, también, donde se la silencia y quiebra…Donde se abren las fronteras a todas las culturas y también donde se levantan vallas… Allí tiene que haber hombres y mujeres, consagrados, que clamen: «alegraos». Nuestra portada es un grito de paz. Silencioso, es cierto. Una fotografía más con historia efímera. Dentro de nada, nuestro afán de tener noticias archivadas la habrá hecho pasar a ese cajón olvidado del pasado. En pocos días o, todo lo más, en unos meses, será un recuerdo que deje sitio para vivir otras. En ella aparece un religioso con nombre, Iván, ante una barricada. Es una plaza de Kiev a 25º bajo cero. Un ambiente helado y, sin embargo, tan próximo a algunas ciudades calurosas de Venezuela, Siria o la frontera de África con España. El común denominador es la guerra, las fronteras, los derechos, la libertad y el hambre. Son lugares necesitados de paz, de Dios y de alguien que en su nombre y por su palabra, pueda expresar y vivir un ¡alegraos!, aunque las circunstancias griten que no se puede. En todos esos lugares podrían rescatarse fotografías de religiosos y religiosas que, silenciosamente, están haciendo escándalo porque sus vidas solo reclaman la paz.
Cada vez más, y no por escepticismo, hay que situar la resurrección bajo los colores de la muerte. La poesía de los tiempos nuevos tiene que reconocerse en las luces de la constancia, del permanecer y testimoniar en lo cotidiano. Nos sobran muchas palabras y mucho papel impreso o digital que habla de Reino, sin sabor. A esta era de rupturas, le resulta insultante nuestro conformismo con proyectos y programaciones que nos entretengan y, aparentemente, ocupen… Necesitamos el convencimiento de que es posible un nuevo estilo y una nueva vida religiosa escrita con los trazos de la vida de cada uno cuando, convencido y entregado, no cae en el espejismo de la noticia, la notoriedad o el ruido. La verdadera reforma de la vida religiosa se juega en la comunidad local y, sin embargo, nos contentamos con prolijos diseños generales.
La resurrección viene envuelta en ambigüedad. Sigue habiendo media verdad cuando hablamos de amor. Sigue haciéndose comercio hasta con lo sagrado. Se sigue confundiendo misión, con reunión y congreso; fraternidad con tratados sobre la comunidad… Podemos seguir creyendo que con aplaudir las palabras de Francisco basta. Por eso la resurrección está buscando la vida, está queriendo hacerse sitio, está intentando cambiar la historia. Para ello, como el apóstol, olvidándonos de lo recorrido, pensemos en lo que nos queda por delante que es misión. Estemos vigilantes para no confundirla con lo que hacemos o con lo que nos asegura y, sobre todo, activemos el cuidado para que nada ni nadie nos la robe, especialmente, el «gestor» que llevamos dentro y que continuamente nos invita a protegernos y ser eficaces. Una buena preparación para el año de la vida consagrada es entrar en aquellas urgencias que no pueden esperar. Una de ellas. Romper con la inercia de la seguridad y abrazar una pobreza que signifique, reclame e inquiete.
Intuyo que la resurrección está esperando un desplazamiento de la vida religiosa y de cada religioso. Determinados lenguajes y actitudes, por vivir cómodamente instalados tanto en la insatisfacción como en la autocomplacencia son, en sí mismos, el manifiesto de la muerte. Hay resurrección cuando intento un cambio de vida, no lo exijo a los demás y experimento un gozo que no tiene nada que ver con el reconocimiento, con el cargo o el aplauso social. Esa calidad es posible y a ella hay que aspirar. Mientras tanto, podemos seguir reunidos, sin movernos, creyendo que con hablar de las barricadas, las vallas o el hambre es suficiente. Así, poco a poco, nos estamos robando la misión y la vida. Así, sin darnos cuenta, aunque se anuncien «años de la vida consagrada», nos quedamos en lo de cada uno, incluso lo celebraremos en congresos, sin decidirnos a cambiar en un baile de supervivencia y palabras, pero sin misión.