Estos tiempos nos sorprendemos con noticias desconcertantes. Varios religiosos y religiosas están dando su vida en espacios y acontecimientos sin transcendencia. Casi íntimos. Sin más notoriedad que la escueta comunicación que anuncia que su frágil cuerpo fue hallado con signos evidentes de violencia. Solo una nota que, sin embargo, rubrica una vida, probablemente llena de anonimato, privación y jornadas, a media luz, con logros muy miserables que jamás cambiarán el transcurso de la historia. Mueren los misioneros en medio de aquellos que no escriben el futuro, en poblados pequeños, casi sin nombre, después de trabajos, también sin nombre, que fundamentalmente consisten en devolver dignidad robada a unos cuantos últimos… muy pocos.
Verdaderamente se conmueven las entrañas porque el sinsentido de segar una vida, anuncia, sin embargo el gran sentido de entregarla, íntegramente, por Jesús. Por eso, la vida de estos religiosos y religiosas, la mayoría anónimos, no son noticia, pero sus vidas guardan la misteriosa noticia de cómo es el transcurrir del Reino.
Para los consagrados los tiempos actuales son delicados. Los que se anuncian no son mejores. Me pregunto si la raíz no radica en que no estamos experimentando esa gracia de la entrega total. Si no habrá una cierta confusión responsable que lo que busca es el sostenimiento armonioso de lo conocido. Si no se estará dando una suerte de «dislexia» en la que podemos confundir la entrega por el Reino, con la estética de relatar lo mucho que hacemos por los demás. Quizá convertir la existencia en un almacén atrofiado de información no garantiza ni un segundo de emoción en lo que vives. El problema de los consagrados no es de conocimiento, sino de experiencia o sabor de Reino.
Quizá de este empacho de cultura contemporánea, no procesada, amalgamada, no leída desde el Evangelio provengan algunas de nuestras «consolaciones» de hablar y hablar, relatar, exhortar, anunciar… sin el suficiente fondo como para que las palabras tengan esa fuerza que solo la vida tejida en el silencio ante la cruz puede imprimir. Voy descubriendo que muy pocos consagrados se resisten a hablar de lo maravillosa que es la experiencia de oración, pero también he descubierto que son muy pocos los que son capaces de ofrecer un testimonio coherente de su dedicación a la misma. La vida consagrada está claro que necesita una intimidad no violada, un tiempo intenso de emoción en el misterio, un cuidado interior que promueva una acción verdaderamente transformadora. De lo contrario nos convertimos en vendedores ambulantes de humo; estetas de una nueva cultura que importa lo lúcido o sugerente de cada estilo sin ofrecer síntesis; unos charlatanes que hablan y hablan sin emoción de un Dios que dicen conocer y que se quejan porque se quedan sin oyentes.
El «olor a oveja», «la periferia», «la cultura del encuentro» no se pueden confundir con la profusión, con la foto y la publicidad. El olor a oveja remite a pastos tranquilos, silenciosos, remotos. A tiempos sin expectación, a encuentro y cultura de acogida. «Olor a oveja» que es una fórmula con éxito porque contrasta ferozmente con estos tiempos de Dior, o «periferia» que exige un desplazamiento real de nuestros centros ideológicos y geográficos, no pueden reducirse a muletillas descafeinadas porque las usamos desde existencias no centradas en Dios. La transformación de la vida consagrada, lejos de necesitar fórmulas de éxito, exige en nuestro hoy abrazar el silencio del martirio.