viernes, 19 abril, 2024

HERMANOS/AS QUE NOS SALVAN

(Rosa Ruiz). Tener hermanos/as te salva. A mí me ha salvado varias veces. Literalmente. No sé dónde estaría ni en qué estado si no hubiera sido por ellos, por ellas. Ahora, seguramente, enferma. Pero no lo estoy.

En todo caso, no iba a hablar de mí. En la vida -en general- tener hermanos/as te salva. Los que somos de familia numerosa lo sabemos. Te salva de tomarte a ti misma muy en serio, de creer que tienes “derechos” exclusivos, de pensar que son los otros quienes tienen que hacer las cosas, de sentirte sola, de gustarte demasiado, de no gustarte nada.

En todo caso tampoco quería hablar hoy de la vida en general. Hoy quería hablar de la Vida Religiosa o Vida Consagrada, como prefieras. Lo que yo vivo. Por distintas razones que no vienen a cuento, me he encontrado en estos últimos meses con diversas situaciones (en distintas Congregaciones) que nunca deberían haberse dado. Gente anciana que sufre destinos sin criterio apostólico ni fraterno, simplemente porque sí o porque caen como piezas de dominó al mover otras. Gente de mediana edad que no se encuentran en casa en su propia casa porque los parámetros, las reglas o los tiempos están pensados para otras edades y otras cabezas. Y así no se puede vivir… bien. Gente joven sujeta a discursos y prácticas esquizoides que acaban por sacar lo peor de ellos mismos y terminan echando fuera las ganas de vivir, de rezar, de amar y, a veces, hasta la vocación recibida (todo un pecado, por cierto, si nos creemos realmente que la vocación es de Dios y de nadie más).

No juzgo las intenciones. No juzgo nada. Sólo me lamento y pido a Dios que nos ayude a vivir, ¡a bien vivir! Pero la lamentación no es hoy el tema.

Hoy quiero hablar de la importancia, de la necesidad, de lo imprescindible que es tener hermanas o hermanos (en sentido fuerte, personal) dentro de las propias familias religiosas. Mujeres y hombres normales. Nada especial. Simplemente humanos. Simplemente buscadores de Dios. Mujeres y hombres que intentan vivir con honestidad su consagración y las circunstancias que les toca vivir. Puede que vivan en tu misma ciudad (si están en la misma comunidad ya es un regalo inmenso), pero quizá ni siquiera están en el mismo país que tú. No importa. Aquí la distancia no es decisiva. Lo decisivo es que sean hermanos, hermanas y tú lo sepas.

Porque hay momentos en la vida y en la Vida Consagrada que sólo nos salva saber que hay alguien que cree en ti, que está contigo, que te espera, que te acompaña, que es tu hermano, tu hermana. Ni padre/madre ni colega. Hermano. Hermana. Hay momentos que ni siquiera la oración. Ni el carisma. Ni siquiera la misión. Ni siquiera la fortaleza interior. Sólo saber que a pesar de algunos, tienes hermanas en algún lado del planeta que merecen la pena.

No tiene precio. No dejéis de invertir en ello, por favor, porque no veo nada que merezca más la pena que las personas. Gracias.

 

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