MIRADA CON LUPA

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Escuchar y tener en cuenta no es lo mismo…

 

La Iglesia se abre a la escucha de los jóvenes en un camino presinodal. Nos acercamos a un grupo de jóvenes (o no tan jóvenes) novicios que son representativos de la vida consagrada de este tiempo. Comparten cursos complementarios y, además, conviven y sueñan. Se escuchan y manifiestan que aprenden de los puntos de vista y las historias, muy personales, que oyen a sus connovicios. Algo normal, pero no tan evidente en sus respectivas casas de formación. El proceso vocacional, fraguado a miles de kilómetros de distancia, guarda sorprendentes similitudes. Son 26. Pertenecen a generaciones diferentes y están en 15 congregaciones, también diferentes. 18 mujeres y 8 varones. No hay ninguno de Oceanía y Asia, sin embargo, hay 11 latinoamericanos, 9 europeos y 6 africanos. Cuando se dice torpemente «no hay vocaciones» no se está contando con ellos y ellas. Aunque lo que sí es cierto es que no son vocaciones para «sostener» lo que hay hoy. Son vocaciones para otra vida consagrada.

Dice el papa Francisco que quiere conocer, de primera mano, qué piensan los jóvenes. Por eso ha convocado un sínodo… ¿Qué os parece la idea?

A nuestros novicios les parece esencial que la Iglesia se plantee saber cómo piensan los jóvenes. En su forma de expresarse percibimos que lo extraño sería una propuesta sin tener en cuenta la realidad de la juventud. Son gente que siempre ha dicho lo que piensa, por eso algunos procesos formativos donde tienen que volver a ser menores y guardar silencio, les cuestionan por artificiales y poco pedagógicos. Están, por tanto, muy de acuerdo con el papa Francisco: «Haced sentir a todos vuestro grito…» porque si no, no es real el cambio. No solamente hay que escuchar, hay que aprender a tener en cuenta lo que escuchamos, que eso es lo difícil. «Traicionamos nuestra fe y nuestra misión si nos mantenemos en la inmovilidad de quien se cree dueño de una verdad y considera al otro incapaz, o demasiado alejado», nos dicen.

Demasiados encuentros y fórmulas en las que la escucha es solo aparente. «Oímos pero no cambiamos ni estilos, ni propuestas».

¿Os parece necesario que se convoque una asamblea sinodal para conocer qué piensa la gente joven de nuestro mundo?

No son novicios muy jóvenes. Ya tienen recorrido y en sus respuestas hay esa mezcla de sensatez y novedad, con algún ingrediente de escepticismo. Están agradecidos con el don de la vocación pero de lo que dicen no es fácil deducir que crean que las cosas pueden cambiar. La renovación –nos dicen– viene de la articulación de libertad y exigencia, al estilo de Jesús. Saben, por ejemplo, que los procesos de renovación o reforma abiertos, no llegarán a buen puerto si no se abre un diálogo intergeneracional en las congregaciones. No pueden ser dos mundos que no se encuentren: el de los mayores y el de los que están en proceso de formación. Sin jamás encontrarse.

Dicen los novicios algo muy interesante y es que los cambios brotan de la formación y la capacidad de asumir el momento en el que cada uno o cada una está.

¿Cómo acercarnos a este tiempo tan distante de la realidad de nuestras congregaciones?

Interpela mucho a este grupo de personas el contraste que vitalmente experimentan las congregaciones con la realidad, a la que, por otro lado, queremos amar y servir. Dicen que «la vida no se puede entender sin la interpretación que damos los jóvenes a este tiempo, porque somos nosotros quienes la estamos construyendo con nuestras ideas, sueños, metas, proyectos, acciones, maneras de ser…». Ven «la necesidad de caminar juntos hacia el futuro jóvenes-adultos… y para que eso se de, es necesario el conocimiento, el diálogo y aceptación por ambas partes».

Identifican, con facilidad el proceso sinodal, con un proceso que han de hacer explícito las congregaciones para hacerse interlocutoras del sentir de los jóvenes: «Es un gran paso que da la Iglesia al escuchar a los jóvenes, pues tenemos mucho que decir… Es muy necesario que se hable de nuevas líneas pastorales donde la participación, la justicia, el liderazgo, la creatividad, la libertad se formulen de otra manera».

Cuando los novicios hablan de la Iglesia hablan de la misión de su congregación y nos ofrecen unas líneas claras de nuevo paradigma de comprensión y misión: «Iglesia que testimonie lo que Jesús predicaba. Necesitamos el riesgo más que la seguridad. Caminos de vida, con rostros de vida. No decir nosotros cómo son las cosas, sino atrevernos a recoger la vida como en realidad es».

Es verdad, nos comentan,  que hay algunos signos que evocan que se está haciendo. Citan, por ejemplo: «La comunidad de Taizé que genera documentos y proyectos a partir del sentir de los jóvenes, el cardenal Martini quien reunía en Milán a tantos jóvenes para escuchar sus palabras o el cardenal Osoro quien no teme acercarse a los jóvenes y marginados de la sociedad para ver el rostro de Dios en ellos».

 Explicad un poco más las razones por las que sentís la necesidad de construir la vida eclesial desde la consulta y el contraste…

Nos dicen algo que los «veteranos» en las congregaciones ya sabemos. Que hay muchos procesos que están agotados. Que no siempre escuchamos. Que no pocas veces los ámbitos que decimos sirven para conocer lo que piensan los hermanos o hermanas, en realidad, son ámbitos para decirles como tienen que pensar. Dicen nuestros novicios que necesitan: «sentir que se apueste por mí y que se confía en mí. Un discernimiento de comunidad sin tapujos y sin miedos». La gran oportunidad para ofrecer un diálogo constructivo a nuestra realidad es, para nuestros novicios, poder decir a la realidad «venid y lo veréis». Dejar de ofrecer un texto del que se han desconectado, para poder ofrecer vida.

 Como novicios habéis descubierto la vida de fe gracias al testimonio de los otros. ¿La comunidad es esencial? ¿Por qué?

En general, han conocido la vida consagrada  por un conocimiento intenso de comunidad. La valoran y está integrada en su experiencia vital como «uno de los lugares» privilegiados de Dios.

Nos dice una novicia que «a través de mis hermanas mayores, no tanto de sus palabras sino con su vida, me están alentando a seguir adelante». En realidad, los mayores y las mayores de nuestras casas son «las que más nos ayudan para una misión del futuro» porque con su vida gastada al servicio del reino, nos están diciendo que estos valores vocacionales son verdaderos. «La fe crece y se comparte en comunidad por el testimonio de los que han creído antes que yo».

Se nos muestra como uno de los núcleos en los cuales las personas que se acercan a la vida consagrada entienden y disciernen la propuesta de Dios como propia para su vida. Cuando hablan de compartir, están pensando en vida comunitaria, como cuando hablan de escuchar o de celebrar o el cuidado de los valores fundamentales …

En realidad, hablar de comunidad es para estos novicios del siglo XXI  el distintivo, el voto por excelencia que quieren vivir y aprender en medio de sus contemporáneos.

Comunidad significa que «es posible vivir de otra forma, esa manera que otros ámbitos sociales parecen no comprender ni ofrecer. Desde la comunidad uno va aprendiendo que la armonía social-comunitaria la construimos todos juntos porque dentro de nosotros hay un poco (o mucho) de bondad y belleza». Y es que hay un proceso que viven en paralelo: van descubriendo el valor de abrirse a los demás –o vivir compartiendo–, conforme van caminando en un crecimiento de confianza en sí mismos, –o vivir confiando–. (Seguir leyendo en VR, marzo 2017, nº 3 vol.123).