«Espero irme, entregando mi vida». Isa Solá, religiosa de Jesús-María asesinada en Haití el 3 de septiembre
(Rosa Ros Castelló, religiosa de Jesús-María). Compañera, amiga, hermana de Isa Solá. Sus vidas se fueron configurando juntas. Cuando solo Dios sabía que ambas iban a ser religiosas, ya coincidieron en el colegio. En aquellas historias de niños, empezó a fraguarse la aventura de la vida… y de la muerte. Hoy Rosa nos deja un testimonio hondo de lo que significa, en verdad, vivir y amar con el corazón lleno de nombres. Tiene todavía la existencia entrecortada. De repente, su compañera de camino, no está. Está de otro modo. Faltan palabras y, como bien apunta, hay que dejar que los sentimientos posen. Nos resultó doloroso preguntar a Rosa, remover sus entrañas… Nos ha regalado paz en sus respuestas. El asesinato de Isa, no ha apagado su amor, ni sus ganas de querer y creer.
No soy objetiva a la hora de hablar de Isa: Estudiamos en el mismo colegio (Jesús –María San Gervasio, Barcelona). Luego, ya en la Congregación, hemos compartido (aún en la distancia) sueños, decepciones, sufrimientos y alegrías. Desde lo que llevo en el corazón, y haciéndome eco de otras muchas personas amigas que podrían decir más y mejor sobre ella, intentaré compartir algo de su vida; o, mejor dicho, algunas resonancias que su vida ha dejado en mí.
Empecemos por el final, que es el principio. ¿Qué le pasa por el corazón a una religiosa, una amiga y hermana, cuando le llega la noticia de que Isabel ha sido asesinada?
Primero fue el desconsuelo, el abandono y el vacío. Un dolor desgarrador; preguntas sobre el porqué de una muerte tan temprana, tan violenta y tan absurda…
En esos momentos, me sentí profundamente familia y hermana con toda la Congregación; en especial, deseaba estar muy cerca de aquellas compañeras con las que compartimos generación y amistad. Con ellas, poco a poco, el dolor se fue tiñendo de recuerdos de su vida, de momentos compartidos, de silencios, lloros y suaves sonrisas; y la paz fue acompañando la tristeza.
Todavía hace falta silencio para acoger la muerte y la ausencia. Es todavía tiempo de “sábado santo”. Tiempo de callar, sostener el dolor y acariciar lo compartido juntas. Y en ese vacío, muy suavemente, su muerte va iluminando su vida, y su vida va iluminando su muerte.
El Evangelio narra bellísimamente lo que creo que muchas de nosotras vamos viviendo: al igual que los discípulos de Emaús, caminamos entre el dolor y la paz, la ausencia y el recuerdo; sabiendo que en algún momento, la muerte injusta y absurda, iluminará nuestra vida y la vida de tanta gente a la que Isa deseó acompañar.
Los religiosos entendemos que la esencia de nuestra misión es entregar la vida, pero cuando se hace tan palpable y doloroso, ¿encuentra explicación para lo que es inexplicable?
Nunca hay explicación para la muerte, y ninguna muerte provocada por la violencia se justifica o tiene sentido. Tampoco la de Isa, ni la de tantos hombres y mujeres que cada día mueren como consecuencia de la guerra y el odio. El asesinato de Isa nos recuerda y nos solidariza con la muerte de miles de personas que jamás saldrán en el periódico, algunos de ellos, ni siquiera serán llorados por nadie .
Por otro lado, la muerte de Isa es consecuencia de su entrega: una entrega que se fue haciendo cada día, fue madurando con el paso de los años, y, fue siendo cada vez más honda. Después del terremoto, Isa optó claramente por vivir con el pueblo haitiano y como el pueblo haitiano. Por circunstancias que ahora no vienen al caso, pasó largas temporadas viviendo sola. Y aún así, su decisión se mantuvo firme: “Haití es mi casa, mi familia, mi trabajo, mi sufrimiento y mi alegría, el lugar donde me encuentro con Dios”.
( Escrito dos meses después del terremoto)
En marzo de este año , el día de Jueves Santo de 2016, Isa escribía una carta testamento para el momento de su muerte. Al leerla, nadie duda de que algo fuerte estaba viviendo, y que estaba preparándose para ello. El Jueves Santo pasado, su vida estaba ya entregada:
“Queridos todos:Si leéis esto es porque se me acabaron los días en este mundo… No estéis tristes. Si me voy demasiado pronto para vosotros… ha pasado cuando tenía que pasar. Dios sabe y es lo que importa. Nuestro tiempo no es su tiempo. Espero irme al menos haciendo lo que amaba hacer, entregando mi vida, amando a mi gente, sirviendo. Si es así, celebradlo, todo está bien. He sido feliz y he estado donde más siempre he querido en África y luego en Haití.
Seguir a Jesús y su Evangelio ha sido lo más fascinante de mi vida y agradezco a mi congregación que me haya ayudado a ello. Si de alguien me enamoré locamente fue de Jesús. Por eso, estad alegres, estoy ya con Él (…).
Perdonadme lo que os hice sufrir. Os quise, os quiero. Cada uno, recibid mi beso más fuerte, mi abrazo infinito (…). Pero sobre todo, no lloréis, me voy donde nos vamos todos… solo me adelanto, ok?
Isa, Port au Prince 26 marzo 2016”.
Entrevista completa en Vr, 8 vol.121 (octubre 2016).