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1-M.JovitaJovita, Sierva de María: «Nuestro carisma es estar al día, en salida» ACABA DE CUMPLIR 102 AÑOS

La vida religiosa puede ser escuela de felicidad y alegría. Se puede aprender, servir y amar… por eso la vida de consagración puede gestar personas que acaricien la felicidad en la cercanía del Espíritu de Dios. Este mes nos acercamos a una «joven de 102 años». Se llama Jovita y es Sierva de María. Nos cuenta –siguiendo uno de los lemas más repetidos de este año– cómo hacer memoria agradecida, cómo abrazar el futuro con esperanza y vivir el presente con pasión. Nos dice, además, que su presente es sereno pero no aburrido, que su vida late al pulso de la historia y de las hermanas con las que le toca vivir. Sin duda, un testimonio impagable de entrega y generosidad «de la buena».

¿Qué nos dice una Sierva de María de 85 años de vida consagrada y 102 años de edad, sobre su nacimiento a la vida, a la fe, a la vocación?

Nací en un pueblo de Navarra, Añorbe, un 14 de noviembre de 1912. Mis padres hicieron fecundo su amor en siete hijas, de las que cuatro seguimos al Señor como Siervas de María. Yo era una niña muy alegre, juguetona, amiga de hacer fiesta y bromas, me gustaba el “jaleo”.

Desde muy temprano en vida se despertó en mí el deseo de ser misionera, de manera especial recuerdo que un día, mientras rezaba el Rosario, sentí el primer impulso de ser religiosa.

Hice el comentario con mi madre, quien me expresó por qué no iba a visitar a las Siervas de María, donde ya se encontraba una de mis hermanas. Sin embargo, mi padre se resistía a que otra hija se marchara de casa. Poco a poco, algo en mi interior comenzó a cambiar, me seguían gustando las fiestas pero la diversión tenía otra perspectiva de búsqueda más profunda.

A los 18 años decidí irme al convento, me acompañaron mis padres y el alcalde del pueblo que iba a Madrid a realizar unos trámites. Unos meses más tarde, en la Casa Madre (Chamberí, Madrid), comenzamos el Noviciado, el 30 de junio de 1930, conformábamos un grupo grande y varias éramos “tremendas”.

Nuestra Hermana Auxiliar, sor Florencia Janer, siempre nos inculcaba el amor a Dios y la bondad de ánimo, para que nos fuéramos formando como buenas hijas de Santa María Soledad, nuestra fundadora.

 Fueron años difíciles…

Mucho. En los años 30 abdicó el Rey en España. Comenzó una época de persecución religiosa por lo que fuimos trasladadas del noviciado de Madrid un grupo hacia Pamplona y otro, en el que me encontraba, hacia París. Recuerdo que íbamos sin el hábito, para pasar desapercibidas, al igual que la superiora que nos fue a buscar, Madre Laura.

En París continuamos la formación hasta que profesamos el 8 de julio de 1931. Entonces regresamos a la Casa Madre para cursar los estudios de enfermería. Al término de estos, cuando me iba a examinar, se desató una huelga de los estudiantes en la universidad por lo que fuimos trasladadas hacia Zaragoza para realizar nuestros exámenes y podernos graduar de enfermeras.

 ¿Y su destino a América?

Unas semanas más tarde la superiora me comunica que iba destinada para Puerto Rico junto a sor Martirio, sor Margarita y sor Nieves, en el barco “Magallanes”, arribando a las costas de San Juan un 3 de agosto de 1933.

Mi primer destino fue la casa de Ponce, donde comencé la vida de asistencia a los enfermos como Sierva de María.

 ¿Cómo fueron sus primeros pasos asistiendo enfermos?

Recuerdo que la primera paciente que cuidé se llamaba doña María y le tenía que administrar sueros intravenosos. Como el equipo era distinto al que usábamos en España me dio cierto temor, pero me encomendé con fuerza a nuestra santa Madre y gracias a su intercesión pude obrar correctamente y administrarle el tratamiento prescrito.

En 1938 fui a La Habana y durante 8 meses recibí la formación para realizar la profesión perpetua, el 1 de julio de 1938.

 Y después de la profesión perpetua…

Luego volví a Puerto Rico, continué en Ponce y unos años más tarde fui a la casa de Mayagüez hasta que el 17 de febrero de 1959 me nombraron maestra de novicias. Después serví como superiora en las casas de San Juan (1966-1972), Ponce (1972-1982) y Santiago (1982-1985). A esta comunidad de Aibonito llegué el 29 de abril de 1995, donde también he sido muy feliz.

Insisto que en cada etapa de mi vida ha sido Dios quien me ha conducido, Él me ha dado profunda alegría incluso en medio de las dificultades, nunca ha defraudado mis esperanzas.

Vivir el presente con pasión es el segundo desafío de este año. ¿Cómo puede usted describir su hoy, qué sostiene su alegría?

Solo el amor a Dios y la entrega a los demás justifica la felicidad. Quise ser misionera y siento que ese deseo se cumplió cuando en las asistencias velaba el sueño de los enfermos y me esforzaba por atenderles como al mismo Cristo, visitando espiritualmente el «Sagrario más abandonado»; cuando velaba por el bien de las hermanas, de los pobres, de la gente.

Lo sigue viviendo hoy, de otra manera, supongo…

Claro. Ese deseo se cumple ahora, en esta “juventud de 102 años”, cuando rezo por el aumento de vocaciones, por las necesidades de la Iglesia, del mundo, del Instituto, de las hermanas, de los misioneros y de tantas personas que llevo en el corazón.

Y seré por siempre misionera, cuando por fin me encuentre cara a cara con Aquél que un día pronunció mi nombre y me envió a extender su Buena Nueva por todo el mundo. Entonces intercederé por cuantos he conocido y amado, junto a la Virgen de la Salud, mi modelo y Madre.

Sigue siendo una Sierva de María, bien ocupada…

Así es. Todo esto hace que mi presente sea sereno pero no aburrido, con un ritmo lento pero lleno del dinamismo del Espíritu y de la pasión de saber que conmigo siempre va Cristo.

 Y el futuro… ¿cómo encontrar en él la esperanza?

Mira, nuestro carisma-misión de Siervas de María Ministras de los Enfermos está “al día” con lo que hoy nos pide la Iglesia en la voz del Papa Francisco. Nuestra vocación nos pone siempre “en salida” hacia las periferias existenciales del dolor humano y esta salida nos permite encontrar siempre esperanza.

Esperanza porque podemos ser felices, alegres en el servicio, siendo apóstoles en medio de los enfermos, de sus familias.

Déjenos una recomendación para concluir. ¿Cómo mantenerse y mantenerse tan bien?

Si queremos perseverar en la vida religiosa debemos ser fieles a la oración, no como obligación que cumplir, sino porque es ahí donde podemos experimentar el amor primero de Dios, ese amor que nos da optimismo, entusiasmo, ilusión.

Y todo esto hace crecer la esperanza que además es “estar en tensión hacia la revelación, hacia el gozo que llenará nuestra boca de sonrisas”, es estar anclados en la roca de la fe, abandonados en las manos de Aquél que nunca defrauda.

Todas las entrevistas nos dejan el imborrable calor del carisma hecho vida, en este caso se suma, el convencimiento de que la felicidad es el equipaje imprescindible de la misión.

Gracias Jovita (Petra Zabalegui), por tu larga vida… por tu calidad de vida que es invitación para la nuestra.