martes, 19 marzo, 2024

Más que una foto

“Es posible la misión sin competitividad”

La vida religiosa está escribiendo un texto inédito. Ha ido regalando un estar «en medio de» al estilo de Jesús que dará sus frutos. De hecho, los está dando. Ya hay quien experimenta la totalidad, gratuidad y permanencia… sin estructuras. Es algo nuevo, pero es de Dios. Eloy y Mª del Mar, inspirados y formados en la espiritualidad claretiana, dedican su vida a la solidaridad en Tánger, en el Hogar Lerchundi. Se han convertido en pedagogos que los jóvenes entienden. Se puede dar todo por Dios y ser feliz. Hemos estado con un grupo de ellos que han llegado a Tánger desde Canarias, Málaga y Sevilla, para escuchar una parábola…

Laicos con carisma intercultural

No es cierto que la vida religiosa esté desapareciendo. Quizá desaparezcan algunas formas. Sin embargo, la fuerza de los carismas está adquiriendo una vitalidad nueva y, por ello, insospechada. Un grupo de jóvenes en torno a dos laicos comprometidos con un carisma, el claretiano, en un contexto de misión intercongregacional e intercultural, Tánger, nos dan pistas de por dónde va el Espíritu.

Hacía tiempo que Vr quería estar en el Hogar Lerchundi. Un sitio más dentro de Tánger que evoca solidaridad y amor gratuito. Lo primero que llama la atención es que el peso de la estructura es ligero, tiene peso el signo y los ritmos de la vida que asumidos y compartidos, son la organización. Ésta es una noción nueva de vida religiosa que se desprende de quienes, con poca historia, albergan en su corazón la necesidad de estar en medio del mundo, como el que sirve… Solo como el que sirve.

 

Lo primero que dicen, sin retórica, es que aquí se descubre vitalmente, algo que ya sabemos, que con muy poco se puede ser muy feliz. Es más, la felicidad necesita poco porque cuando hay mucho que «cuidar», la felicidad se esfuma.

Lo expresan así: «con muy poco se puede hacer feliz a mucha gente. Aquí son muy importantes los gestos –un abrazo, una caricia–. Basta extender los brazos para que sientas el valor de la comunidad más allá de la lengua, cultura o religión. Nunca pensé que alguien tan pequeño como yo, pudiera hacer feliz a mucha gente».

Un resto inspirado

El grupo de jóvenes se relaciona con todas las comunidades religiosas presentes en Tánger. Es curioso como saben diferenciarlas, las conocen por su nombre. A la hora de definir los carismas ya es otra cosa: es un carisma intercongregacional en el que el primado es el amor explícito a los pobres. Así las Misioneras de la Caridad, o los Franciscanos de la Cruz Blanca; las Adoratrices o las hermanas de Jesús María, las Franciscanas… o los Franciscanos Menores, las Vedrunas. Todas las familias se convierten, desde sus acentos, solo en una expresión de amor. Diferenciada tan solo por unos ritmos, unos destinatarios… pero sin peso alguno de la tradición o el patrimonio congregacional.

Como jóvenes necesitan experimentar, ver, oler y palpar la realidad. Tienen el corazón poroso y nos dicen que se han dejado llenar de una Iglesia local-comunidad que, ante todo, es la pedagogía paciente al estilo del Señor Jesús. Aquella parábola pequeña y concreta que rompe la dinámica compleja de nuestro vivir que frecuentemente se asemeja al mercado. En Tánger, en su iglesia mínima, se predica lo que se vive, se vive lo que se predica y se fortalece así la comunión. Un resto inspirado de poco más de treinta agentes de evangelización que cuidan los signos comunitarios desde la complementariedad y el gozo. Los grupos de jóvenes que vienen a “beber evangelio” en Tánger se encuentran con unas mujeres y hombres mayores, de distintas congregaciones que hablan un lenguaje nuevo: el lenguaje del Reino, sin glosa y sin precio.

Los jóvenes que no tienen un lenguaje adaptado a nuestros estilos de vida religiosa, manifiestan que este modelo no es el que se encuentran en sus ciudades de origen. «Allí –manifiestan– cada uno está preocupado por sacar adelante lo suyo, aquí hay una conciencia que se palpa, que es la misma misión con distintas presencias».

Entre los agentes de misión que viven habitualmente en Tánger nos encontramos con dos laicos especiales. ¿Otra forma de vida consagrada? Son quienes albergan al grupo de jóvenes. Eloy y Mª Mar, que así se llaman son laicos, viven en comunidad, con un itinerario regular de oración y con la vida definida por la misión. Proceden de comunidades laicales de referencia. Las suyas son comunidades que han nacido en el entorno de los religiosos y religiosas. En su evolución personal han dado un paso más. Necesitaban más. En su interior sintieron la imperiosa necesidad de poner la vida al servicio del Reino. Y además hacerlo desde el signo y la pequeñez, sin estructuras fijas, ni otras formas más articuladas. Es otra forma de seguimiento «a caballo» entre el compromiso laical y la comunidad religiosa. Mª del Mar lleva un año y medio, él más de cuatro. Antes que ellos han pasado otros miembros de la comunidad. Estos últimos se han ido a sus ciudades de origen, aunque han dejado que su corazón siga latiendo con fuerza en el Hogar Lerchundi.

Eloy y María del Mar tienen algo más de treinta años. No son niños y descubren que son “especiales” porque nosotros se lo decimos. Ven su opción como lo más normal. Lo que Dios estaba pidiéndoles y, además, la Iglesia les permite realizar.

Sorprende mucho la normalidad con la que hablan y abordan los compromisos de la vida. Oración, afectividad, misión y solidaridad es un lenguaje que desprende el estilo de vida de esta nueva forma de vida, de este carisma en acción, de esta parábola del siglo XXI.

Eloy y María del Mar trabajan codo a codo con las religiosas, religiosos y miembros de institutos seculares de Tánger. Ni buscan la diferencia, ni la necesitan. Lo mejor es que los consagrados encuentran en ellos hermanos de misión, y para quienes trabajan, sencillamente, el amor.

El ritmo de la semana, por ejemplo, se convierte en una vorágine de acción en la cual hay que atender, comprender y acompañar los niños y jóvenes necesitados de una gran ciudad como Tánger. El domingo es el día de la comunidad. Van llegando todos a la catedral y experimentan el sacramento completo en el que Jesús se entrega y enseña, es descanso y ánimo, es familia y misión. Dice con sencillez María del Mar, que aquí descubrió el profundo sentido del domingo porque ese día «te encuentras con Él y te encuentras con tu gente, que es la mejor noticia de Dios».

La misión es capaz de realizar la vida

La misión sitúa el proyecto personal en coherencia con el Reino y, en este sentido, no hay mucho tiempo para pensar en uno mismo. Cuando hablamos con Eloy y le preguntamos por los momentos de soledad… Nos dice con tranquilidad que «claro que existen, pero tiene la vida y el corazón lleno de nombres y poco tiempo para la soledad».

En el Hogar Lerchundi hay un par de lugares privilegiados. Uno es el oratorio. Mª del Mar y Eloy viven en él los momentos que enmarcan el día. «El sabor del padrenuestro con la música de fondo de la llamada a la oración de la mezquita adquiere una dimensión cósmica» –nos dicen–. «Une, como es el corazón de Dios, a toda la humanidad en la búsqueda de la paz, del perdón, del amor y de Dios».

El otro lugar es la terraza, desde ella se divisa el puerto y también, si el día está claro, el sur de España. Son muy pocos los kilómetros que nos separan, aunque la brecha de separación se esté aumentando en cada decisión insolidaria de nuestra cultura occidental. Desde esa terraza, como el Pastor de la Diócesis en la suya, cada día ofrecen nuestros protagonistas, una súplica clara y directa al Padre. No le piden que desaparezca el estrecho, sí que desaparezca la estrechez de miras. Desde la terraza del Hogar Lerchundi, se cree en el poder de la oración. Y solo desde ella, reciben fuerza para la acogida y el asesoramiento de tantos sin tierra, sin papeles, sin identidad que sueñan con tener algún día futuro, identidad y proyecto en una tierra “prometida” que se llama Europa.

Es una iglesia con paciencia

Esta iglesia ha descubierto el valor de la lentitud. El no violentar y leer los signos como son, sin interpretarlos. Por eso, la comunidad cristiana de Tánger es muy pedagógica. Los jóvenes que vienen a aprender, no se encuentran con gente con prisa y urgencia, se encuentran con gente con tiempo, –el que no tienen sus mismas congregaciones en Occidente–. Lo expresan así: «a parte de todo el trabajo incansable, hay dos cosas que me llaman mucho la atención de los religiosos de aquí. Uno es la comunicación que hay entre ellos. La colaboración, el apoyarse unos a otros y compartir la misión. Y después otra cosa que me llama la atención, es el agradecimiento. A mí me da la sensación de que cuando venimos aquí, un grupo como el nuestro, venimos a molestar, porque ellos tienen su ritmo, sus cosas organizadas y, en cambio, recibes constantemente un agradecimiento de que estés aquí con ellos, el que les eches una mano».

Así, con sus palabras, nos dan noticia de un aspecto que siendo de siempre, en la vida de los religiosos, lo tenemos un tanto olvidado. Aquello de valorar lo pequeño, reconocer lo bueno donde esté y desarrollar destrezas para agradecer la entrega y el signo que cada uno pueda ofrecer, aunque sea mínimo.

Cuando el carisma se nota

A diferencia de una vida religiosa ocupada, trabajando bien pero muy ocupada, como suelen ser las presencias en Europa, aquí la vida religiosa está viviendo el signo. La contemplación creativa. El carisma necesita generosidad y abrir la parcela para que se note y transforme la realidad. Hace pensar a este grupo de jóvenes, por ejemplo, que esta vida religiosa no puede hacer explícita su raíz carismática con palabras y acciones catequéticas.

Hay muy pocas palabras y casi ninguna explícita referida a Dios. Sin embargo, la luz carismática se irradia porque se hace evidente por las obras transformadoras sin esperar nada a cambio. No hay letreros con los carismas particulares, ni grandes anuncios de aniversarios porque el anuncio es el carisma del Espíritu.

Por eso es posible la cooperación de los diferentes, la complementariedad y la ausencia de competitividad. A la vez, es muy llamativa la experiencia de gratuidad que empapa la vida de quienes están aquí. Y es que cuando no se cuida sólo la propia parcela lo que aparece es la parcela de Dios y las ganas de hacerla posible.

 

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