Esta mañana hemos estado hablando con un padre de familia que ocupa un puesto de responsabilidad en una institución eclesial… Nos sentimos raros cuando vamos a estos despachos a pedir algo, que no se sabe muy bien si es derecho o gracia, pero que al final lo decide un anónimo señor.
Empezamos, mi hermano de comunidad y yo, siendo corteses y educados, como no podía ser de otra forma, y el funcionario que quería ayudarnos empezó un diálogo un tanto desenfadado, el problema llegó cuando nos preguntó qué éramos y nosotros contestamos: “religiosos”, ¿religiosos? pero… ¿qué sabéis vosotros de la vida, de pagar luz, agua, calefacción, de los hijos…? Si vosotros vivís sin enteraros de lo que cuesta nada… Y otras lindezas que omito por tópicas y faltas de interés.
No fue un buen comienzo -sobre todo por su parte y para desgracia nuestra-, pero no habíamos ido a discutir de nuestra “consciencia” de la realidad sino sobre el tema que nos atañía y que no estaba muy alejado de la gestión los bienes materiales. Mi hermano, que tiene más tablas, recondujo el tema con mucho acierto recordándole varias cositas… el muchacho captó la onda y “no es que tuviese nada en contra de la vida religiosa”… es que son los prototipos que nuestra forma de vida ha generado. No exentos de razón a veces, pero desde luego la mayoría cargados de simplicidad e injusticia.
Y es que lo del “darse cuenta” no va implícito a ningún estrato social, cultural o económico, “inconscientes” los hay en todas partes… vamos que no es monopolio exclusivo de la vida religiosa.
Conseguimos lo que íbamos a buscar. Y de allí nos fuimos al Día ya que teníamos varios cupones en oferta y caducan a fin de mes…