LORENZO FORTUGNO, MISIONERO REDENTORISTA EN SCHIAVONNEA

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“Acogería un refugiado aunque supiera que pertenece al ISIS”

Los consagrados hemos escuchado el llamamiento de los últimos desde la frontera con insistencia y vértigo. Lorenzo Fortugno, misionero redentorista en Schiavonnea, al norte de Calabria (Italia), está dejándose configurar por los rostros y las historias de cuantos llegan buscando la esperanza europea desde el otro lado del Mediterráneo. Nos dice él mismo: «Los desembarcos de emigrantes en nuestras costas han cambiado el rostro de nuestra parroquia. Hemos sentido la interpelación de ir y hacer vida con estos inmigrantes que ya somos nosotros».

Este proyecto de acogida tan arriesgado ¿Está asumido por la comunidad?

Fue iniciativa mía, pero rápidamente lo asumió la comunidad. Si no fuese por los hermanos, no podría estar en el puerto cuando llega un barco a las 2 ó 3 de la madrugada. Esta realidad de tantos y tantos que llegan a nuestras costas ha configurado la vida de la parroquia. Y estamos todos a una, en misión compartida, religiosos y laicos.

¿Sientes que estás en lo que el papa Francisco llama Iglesia en salida?

Sí, absolutamente. Somos una comunidad de frontera en todos los sentidos.  Siendo una parroquia tan grande –pertenecemos a ella más de 20.000 personas– había zonas a las que nadie iba a llevar la Buena Noticia del Evangelio. Y ahora después de la misión redentorista que se hizo hace tres años, con la implicación de los laicos, con los centros de escucha que se abrieron, visitamos cada semana todas las zonas de la parroquia y es constante la celebración de la Palabra en muchos lugares.

 

 ¿Qué crees que debe hacer la Iglesia para ser más cercana a los pobres?

Me siento, como Iglesia, cercano a los pobres. El Papa habla siempre de esta Iglesia en salida, que va al encuentro del pobre. Tengo que reconocer que muchos de los signos de atención al pobre los podemos hacer porque somos comunidad y nuestra congregación continuamente nos sustenta. La clave es no diferenciar la vida de los pobres de la propia, porque somos los mismos, lo compartimos todo y su casa es nuestra casa. La riqueza mayor que tenemos son las personas que han encontrado su cauce de conversión y realización al servicio de los demás: son la Iglesia. Han entendido en nuestra comunidad parroquial que pertenecemos a la Iglesia y que el sentido de la Iglesia es ir al encuentro de los pobres. Al principio encontré muchos obstáculos, mucha desconfianza de parte de algunas personas. Fue muy difícil encontrar que alguien nos alquilara un local para comedor para los inmigrantes. Muchas personas tenían una mentalidad que rechazaba tener migrantes en su casa. Pero también ha habido personas en nuestra comunidad dispuestas a acogerlos durante semanas y darles comida, alojamiento y ayuda porque han comprendido que, como Iglesia, estamos llamados a vivir eso con normalidad.

 

Una vez que recibís a los inmigrantes, ¿Dónde van? ¿Cuál es el proceso?

Es un poco complejo. Muchos de los adultos son enviados a estructuras y proyectos de acogida que tiene el gobierno de Italia.  Nosotros tenemos claro que, como Iglesia, no somos la solución, pero queremos estar con las instancias civiles que deben serlo.

Piensa, por ejemplo, que mientras toda la atención y servicio que prestamos desde nuestra fraternidad es absolutamente gratuita, algunas organizaciones públicas reciben subvención por cada persona acogida. Lo que ha creado ciertos estilos cuasi mafiosos… A pesar de todo hay que seguir adelante. Solo se combate la corrupción a base de Reino.

 

¿Cuántas personas habéis acogido aproximadamente?

Calculamos que hemos dado acogida entre 25.000 y 30.000 personas. Lo que nos da noticia del drama de los movimientos migratorios.

 

¿De qué nacionalidades?

Es difícil concretar. Los números más sobresalientes son de Siria, Libia, Costa de Marfil, Senegal, Nigeria, Ruanda… Pero no me equivoco si afirmo que hemos entrado en contacto con personas de casi todos los países africanos.

 

A tu edad y tras esta misión ¿Te conmueve algo?

Claro que sí. Lo más duro que he vivido es ver cuando llegan niños muertos, sus cadáveres… Es muy traumático, porque piensas en la crueldad de nuestro vivir como comunidad humana que niega la esperanza a los más débiles.

En otra ocasión tuve la experiencia de conocer a un joven de dieciséis años que llegaba muy feliz a tierra y al día siguiente, al ir a bañarse al mar, moría ahogado. Esta ha sido probablemente la experiencia más triste que he vivido en este tiempo.

 

Supongo que también has  tenido experiencia de resurrección y esperanza…

Sí, esa experiencia de resurrección y esperanza está siempre porque vemos como  estos chicos reciben la posibilidad para integrarse en la sociedad y tener un futuro aquí. Don que se merecen y que antes se les había robado. Es difícil desde luego, muy difícil. Pero al menos, confiamos que algunos puedan salir adelante y realizar su sueño y sus proyectos personales.

 

Cuéntanos algún ejemplo de superación que sea el paradigma de lo que la comunidad quiere lograr…

Podría hablar de varios. Os dejo el ejemplo de un chico que desde hace tres años está yendo a la universidad, escribe muy bien y sigue viniendo con frecuencia a la parroquia para ayudar a otros y para agradecer lo que tiene y todas las expectativas que ha recuperado al ser tratado como persona.

 

¿Qué crees que deben hacer los países europeos y en particular la Unión Europea, para atender adecuadamente este fenómeno de los inmigrantes?

Creo que la primera tarea es derribar las barreras que estamos creando. Porque es muy fácil decir “no al inmigrante”, “no al extracomunitario”, “mejor nos quedamos solo nosotros, la Europa bella, la Europa unida”. Pero tenemos que derribar estos muros, al igual que en su día hizo Alemania con el Muro de Berlín. Debería existir una respuesta unida de una Europa unida, también como Iglesia. Por desgracia la política no mira al hombre sino a sus intereses. No mira nuestra dignidad, sino que nos contempla como “sujetos”, individuos… esto es lo que deseamos que comprendieran nuestros políticos, la importancia de salvaguardar la dignidad de cada mujer, de cada hombre.

 

¿Qué opinas cuando dentro de la Iglesia aparecen reservas ante la acogida de emigrantes, alegando la venida de yihadistas, terroristas, etc.?

Esta es una pregunta interesante, que ya me hizo un día un periodista del canal 5 italiano, al que respondí: Sí, aunque hubiera personas pertenecientes al ISIS las acogería. También en ellos está el rostro de Dios, la imagen de Dios. En esta acogida puede haber un camino de conversión y de encuentro  con Dios que lleva a la paz y que no trae muerte sino que lleva a la Vida.

Aunque en nuestra parroquia hay muchos musulmanes y cerca hay una mezquita, existe una buena relación. Compartimos incluso algunos momentos juntos, en nuestra parroquia hay un olivo que plantamos juntos –musulmanes y cristianos– porque juntos deseamos y debemos construir la paz. Y os digo que cuando aparece algún musulmán que crea problemas o tensiones son ellos mismos quienes intervienen y lo apartan del resto. El temor permanece siempre, es cierto. Tú no sabes realmente el peligro que puede haber pero…

 

¿Desde ese miedo se pueden explicar los partidos radicales que están resurgiendo en distintos países europeos?

Ese miedo es en parte racional. Hay países que han sido especialmente atacados por estos radicales, por el ISIS, etc. Es lógico que busquen proteger a las personas que viven en sus países de los fanáticos. Pero al mismo tiempo creo que no debemos ser prisioneros del miedo, sino buscar realizar alguna cosa que se pueda hacer. La política debería buscar una mayor seguridad que evite ciertas situaciones que se han dado.

 

¿Y tú, como religioso, cómo te cuidas para poder cuidar a los demás?

¡La única fuerza es la del Señor! (ríe) Me llamo Lorenzo, uno de los primeros mártires de la Iglesia… bromas aparte, creo esto realmente: La única fuerza la da el Señor, viene de Él. De otro modo, llegan muchos momentos de agotamiento y de límite donde uno exclama: ¡Basta! Y se pregunta: ¿Por qué todo esto? ¿Por qué esta injusticia? No se puede quedar uno en el lamento. Creo que mi vida, especialmente desde que superé la leucemia está en las manos de Dios. Y aunque no entienda las cosas, sé que todo lo rige, lo cuida y lo guía.

 

Muchas gracias Lorenzo por tu tiempo y tu interesante experiencia.

Gracias a vosotros.