Este verano he tenido la suerte de acompañar a un grupo de jóvenes a Taizé, después del parón de la pandemia. Allí, afortunadamente, todo sigue igual (por una vez en el mejor de los sentidos): oración, servicio, convivencia, diálogo… Quizás incluso más apertura que antes: nos llamó la atención la cantidad de parejas, familias e incluso de “nuevos modelos de familia y de pareja” con los que compartimos la “peregrinación de confianza en la tierra”.
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