LIDERAZGO: DESPERTAR AL SIGLO XXI

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Creo que Mark Miller (2021) acierta de lleno en la difícil acotación del concepto liderazgo para nuestras instituciones en este momento de la historia. Afirma que lo importante es crear, sostener y alimentar una cultura de liderazgo, porque esa cultura es la que posibilita que nazcan liderazgos servidores… y no ‘líderes señores’ (o señoras). El liderazgo servidor “Sondea el futuro, Involucra y desarrolla a otros, Reinventa constantemente, Valora resultados y relaciones, y Encarna los valores”.

Y ahí es donde reside el problema de la vida consagrada: tenemos miedo a una cultura de liderazgo porque necesariamente es abierta, creativa y no sujeta a un guion preestablecido. Pululan “apóstoles” de liderazgo, que hablan mucho de él y su necesidad, pero inmediatamente lo desvirtúan, lo identifican consigo mismo y lo hacen depender de la historia vivida. Reiteran, no innovan. Adoctrinan, no disciernen. Es un “liderazgo”, si así se pudiese llamar, para entretener, pasar el tiempo y sostener la tensión, un lustro, todo lo más.

El liderazgo servidor, que nace de una cultura comunitaria de liderazgo, es fuente de novedad, de cambio, de riesgo y, por supuesto, de equivocación. Pero es el signo, el único, que manifiesta que estamos en una institución viva, que cuida la vida y quiere servirla.

No es una exageración afirmar que la crisis actual de la vida consagrada es de liderazgo. Otras carencias son síntomas de esa enfermedad. Es absolutamente desesperante la inercia de sostener de un año a otro o de una asamblea a otra, las mismas cuestiones. Es empobrecedor llegar a pensar que algunas situaciones no tienen resolución, o que solo algunos ‘privilegiados o privilegiadas’, tienen visión para liderar. Ese “mesianismo” ha provocado (y está provocando) un adormecimiento de la vida consagrada que no le permite despertar al siglo XXI. Y lo curioso de esta “enfermedad” es que aunque la razón nos dice que hemos de romper con ella, la praxis va a seguir intentando que aparezcan ‘liderazgos aparentemente fuertes’ que, para existir, paradójicamente, han de llenar el entorno de debilidad. La gran originalidad de la vida consagrada es haber descubierto la complementariedad comunitaria que es el liderazgo más real, significativamente servidor y significativamente consciente de ser temporal, libre, llamado a enriquecerse con la vida de otros y otras y, por supuesto, en función del anuncio explícito de valores no contaminados como son el estilo de vida y misión de Jesús.

Si algo busca el liderazgo servidor es el significar reino, no aparentar solucionar cosas. Cuando confundimos liderazgo con soluciones o parches, solemos terminar en una componenda de muerte. Alguien que lo hace todo, lo manda todo, lo decide todo… y a su alrededor, necesitamos palmeros o palmeras, sin rostro, que aplaudan o estén dispuestos a anularse coreando los “aciertos” del supuesto o supuesta líder. Si así se hace, llegamos a creer que nos inunda el buen espíritu y el trabajo en equipo. Si se cuestiona, sacamos el mantra del individualismo para decir que se provoca la dificultad de la misión. Cuando, en realidad, es falta de discernimiento, reconocimiento y verdad. Porque los guiones históricos son tan tozudos que es difícil darnos cuenta de que estamos envueltos en una espiral de mediocridad.

Para que se dé el liderazgo servidor, lo primero que hay que garantizar es que se cuiden las personas y sus personalidades; distinguir los carismas de las costumbres; reconocer los rostros más que magnificar la supuesta “cultura congregacional”, que no ha sido tan magnífica. Hay que reconocer al Espíritu innovador que habla en este tiempo, en el hoy de nuestra historia.

El liderazgo servidor sondea el futuro… lo intuye, no lo impone; se arriesga, no se conforma; se abre a nuevas experiencias, no las condena antes de nacer. Involucra a otros… y no siempre a los mismos. Reinventa constantemente, no tiene miedo al tiempo y se nota porque no habla constantemente de sí mismo o misma. Premeditadamente, aprende a pensar y a hacer diferente a etapas anteriores de su vida.

El líder servidor es capaz de valorar otras visiones. Este es quizá el punto más significativo de la autenticidad del liderazgo, porque estamos muy contaminados de estilos autodidactas, consentidos por el silencio y desinterés que provocan en su entorno. Incapaces de contemplar con respeto los ritmos y motivaciones de los demás, sin jamás dejarse afectar por el estado de ánimo de aquellos que llaman hermanos o hermanas.

Por supuesto, el líder servidor es aquella persona que encarna los valores. No clama, no reclama, no exige; acompaña y cree. Y su vida, toda ella, es evocación de posibilidad y esperanza para otros, no tanto porque haga las cosas bien, sino porque cree en el redención y lo expresa abrazando su propia debilidad.