LAS MUJERES CONSAGRADAS: HISTORIAS DE FECUNDIDAD

0
1833

Una vida poblada de mujeres

Gloria Liliana Franco Echeverri, ODN. (Presidenta de la CLAR, Colombia).Asomada a la ventana esta doña Inés. Casi siempre está ahí, aferrada a su soledad y a sus recuerdos, atisbando alguna señal de novedad que rompa su trajinada rutina. En la cocina de su casa, colgada en la pared, una pequeña radio anuncia, con suficiente sonido para los vecinos, que Colombia acaba de aprobar un estatuto temporal de protección a migrantes venezolanos.

Ella sabe que ahí, en su amada Barranquilla y muy cerca de su casa que aún huele a carnaval, hay un asentamiento humano llamado Villa Caracas, un poblado revestido de polvo y pobreza, sin censo actualizado, en el cual la vida fluye compleja, rasguñando oportunidades entre sudor y sangre. En esa porción de geografía mayoritariamente femenina, la vida resiste y las mujeres amamantan y acunan, y consuelan el lloriqueo de los niños cuando el hambre arrecia. Ellas son las elegidas para avivar el candil y hervir el agua a la que no tienen derecho.

Los fines de semana, cuando las visita el padre Cirilo, son las que, en una olla común, hacen el milagro de lo comunitario, del sancocho que sabe a bendición y alcanza para todos. También son las rebuscadoras de las oportunidades, las que madrugan a las esquinas y a las plazas, las que vociferan vendiendo bolis y mangos, las que limpian casas y lavan ropa ajena. Son las defensoras activas de la esperanza, las que luchan y resisten el empeño de los poderosos que insisten en desalojarlas de su porción de tierra.

Ellas se parecen a las mujeres de las que me hablaba Flor Cecilia, mi profesora de historia. Mujeres como las que poblaron las colinas de mi amada Medellín, que abrieron carreteras por cerros empinados e hicieron posible el milagro del agua y de la luz eléctrica, las mismas que defendieron la vida cuando la violencia quería arrebatarles los hijos. Son las mismas mujeres que no desean rosas ni chocolates el 8 de marzo, sino que nos movilicemos con ellas reclamando derechos y oportunidades de dignidad y justicia, de pan y de paz.

Ellas son las mujeres que he tenido la dicha de conocer siguiendo a Jesús, las que han llenado mi existencia de gozo y de sentido, las que me recrean con sus historias y me devuelven la vida cuando experimento el cansancio del camino. Todas son memorables: las catequistas del Doce de octubre; las maestras del Pedregal; las mujeres de los grupos de biblia en Valdivieso; las concheras de La Playa, en Salahonda; las misioneras en la Amazonia; mis jóvenes exalumnas de Nuevo Amanecer, que desde su profesión se han hecho guardianas de la vida y la dignidad de los más pobres; mis hermanas en la Compañía de María y mis compañeras de andadura en la CLAR con su entrega radical de cada día. Ellas y aquellas y otras, todas, son memorables.

Lo son las que hacen teología y narran con novedad el Misterio, las que se encarnan en todo territorio para curar, enseñar, construir, defender, planear y organizar. Las profetisas que con parresía van abriendo caminos y las poetisas que hilvanan palabras pariendo un mundo nuevo, las que oran y las que gritan, las que contemplan y actúan, las que van aprisa porque no hay tregua y las que se han quedado para siempre en el lugar del encuentro para ensanchar la mesa y avivar la llama.

Ellas, las mujeres que pueblan mi existencia y me acercan a Dios, las que me confrontan y sostienen al caminar, con ellas y por ellas, agradezco el don de ser mujer, lo femenino que habita en mí.

Por eso agradezco las entrañas en las que bebí el don de la vida, las manos campesinas de mi madre, su olor a café, su serena bondad. Y su capacidad de abrazar el dolor y a los sufrientes, su casa con sitio para todos, sus ojos verde selva en los que me pierdo y me encuentro cada vez que necesito regresar al origen, a lo vital y auténtico.

Agradezco también tener a mi hermana, mi porción de Mar y Sol, mi litoral, mi polo a tierra. De ella aprendía el arte de la ternura y a descubrir que tenemos alas, que existimos para la ofrenda en libertad, y también aprendí a su lado que Jesús es el sentido.

Agradezco una historia repleta de tías que en nada se parecen a “las hijas de Bernarda Alba”. Mis tías, mujeres tan mujeres, fecundas en la donación, dispuestas siempre a la solidaridad, alegres, cantoras, defensoras de los débiles y de los más pequeños, reivindicadoras de los derechos, activistas. Agradezco el gozo de tener una sobrina con entrañas de misericordia, noble por naturaleza, dispuesta para servir a los demás en sus gestos cotidianos.

Celebro una Iglesia con rostro femenino: María, Juana, Mónica, Daniela, Natalie, Beatriz, María Luisa, Rita, Aricete, Mauge, Romy, Birgit, Moema, Sandra, Tania…todas las que, en una andadura de entrañable sororidad, van abriendo caminos. Me alegro con ellas que se saben llamadas a ser, al interior del tejido eclesial, sacramento de comunión, puente que favorece el encuentro, vientre en el que se fecunda un nuevo modo de relacionarse y se prioriza el arte del acompañamiento.

Con ellas reconozco que hablar hoy de Iglesia nos exige mantener la memoria de lo que hemos sido, de lo que heredamos, de lo que nos identifica y de aquello que definitivamente estamos llamadas a construir en el hoy de nuestra historia.

La Iglesia tiene rostro de mujer: nuestras Asambleas, los grupos parroquiales, las celebraciones litúrgicas, los ministerios apostólicos de nuestras comunidades, la calidad de la reflexión y la calidez de la entrega de Iglesia, se teje tantas y tan mayoritarias veces en el vientre de las mujeres. En ese sentido, y porque en torno a la Mesa tenemos una misión fundamental, nos corresponde hacer memoria, visibilizar a las mujeres y valorar su misión en el estilo sinodal que va configurando el rostro de la Iglesia. El espíritu sinodal al que estamos abocados supone la participación de la mujer en los espacios y estructuras de la Iglesia, en el discernimiento y la toma de decisiones.

Asomada a la ventana sigue doña Inés, ella sabe que se aproxima algo mejor. El viento trae el eco de tiempos nuevos. Ella espera serena. Tantos embarazos le han confirmado que la espera hace posible la vida nueva, dar a luz.

P.D.: También agradezco por todos los varones que en la geografía de mi existencia han sido auténticos hermanos.