No apartes los ojos de Jesucristo resucitado, y se llenarán de luz las palabras de tu canto: “La misericordia del Señor llena la tierra, la palabra del Señor hizo el cielo. Aleluya”.
Porque Cristo y Jesús es el nombre de la misericordia que llena la tierra, Cristo y Jesús es el nombre del cielo en el que entras por la misericordia que te alcanza.
Tú miras a Cristo, y sabes que la misericordia de Dios te apacienta. En Cristo la bondad de Dios se ha hecho pastor de tu vida. Él es el buen pastor que te conoce por tu nombre, que nunca te abandona, que da su vida por ti. Te vio perdido y te buscó. Te vio amenazado y luchó por ti, defendió tu vida con la suya.
En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Yo soy el buen pastor”. Y puede que los fariseos nada entendiesen de lo que él les estaba diciendo.
Hoy eres tú quien escucha la palabra del Señor: “Yo soy el buen pastor”. Y, porque has creído en él, porque la fe te ilumina, lo aclamas como tu salvador, te alegras con tu redentor, y lo reconoces como Señor de tu vida”.
La fe, que te permite confesar a Cristo, te permite verlo en medio de la comunidad reunida. Allí, en la asamblea eucarística, Cristo resucitado te muestra su Cuerpo entregado, su Sangre derramada, que es como mostrarte las llagas de su cuerpo santo, y te dice: “Yo soy el buen pastor”, yo soy tu pastor. Y nosotros, que lo reconocemos, lo escuchemos y lo recibimos, decimos: “Señor mío y Dios mío”. Hoy, los hijos de la Iglesia, los que tú, Señor, has rescatado de la muerte, vamos repitiendo por los entresijos del día y los rincones del alma tu hermoso nombre: “Jesús”.
Tú eres nuestra única riqueza, pues has querido ser nuestro Pastor. La vida ya sólo sirve para amarte. La vida ya sólo sirve para amar.
Feliz domingo.